¿MÉXICO,
POTENCIA MUNDIAL?
Luz María Sánchez
Rovirosa
Entre un rápido y lento
devenir, hemos sido testigos del inicio de este nuevo gobierno que hasta hoy ha
estado exento de actitudes titubeantes, más no de equívocos. Sin embargo aunque
esto es alentador y ha hecho que la gente rebose de alegría, hay que señalar
que todavía un alto porcentaje de ciudadanos siguen escépticos frente al recién
inaugurado sexenio y específicamente frente a su titular.
Esto es natural en cualquier
re empiezo, y quizá la causa se deba buscar en el fatal pasado de la política y
en los constantes escándalos de corrupción e ineficacia de los gobiernos
anteriores, pero sobre todo, en una resignación motivada por la tradición de
que nada cambia, y que siempre todo ha ido peor a pesar de las promesas.
Hasta este momento (como la
velocidad de un rayo), el pregón escuchado es que todo no sólo va muy bien,
sino excelente, ahora somos diferentes porque tenemos una política “diferente”.
Hoy estamos frente a una Constitución que será diferente, a un congreso
balanceado y “diferente” (¿?) a una seguridad a punto de ser controlada y a un
federalismo creciente.
Pero como de costumbre, tras
las severas crisis sexenales, lo que hoy abunda son las promesas y “acciones”
de estabilidad, de blindaje financiero, del interés de las inversiones propias
y extranjeras, de la seguridad controlada, de la calidad de la educación y de
la reducción de la pobreza tras la cruzada por el hambre que ya se reflejó con
el aumento del salario mínimo; pero sobre todo las -benditas reformas- (de
todo), que según vaticinios (incluso del mismo presidente), permitirán que
México llegue a ser una potencia mundial.
¿Potencia Mundial? Cuando
las palabras se usan sin comprender cabalmente su contenido, se pervierten y
terminan perdiendo su valor. Algo parecido está sucediendo en esta transición
política que estamos viviendo, palabras que a fuerza de taladrarnos, penetran
en nuestra mente con la justa definición que las autoridades quieren que
escuchemos, pero débiles (todavía) en su contenido.
A primera sensación, su
sonido nos parece tan hermoso que nos cautiva el oído, y hacen que todos
comprendamos perfectamente bien su significado. Pero ¿estamos conscientes de
sus alcances y lo que conllevan?
La inercia social que
arrastramos a modo de perverso código genético de carácter cultural, con los
graves problemas tales como la desinformación, el desinterés la apatía, y la
ignorancia de la mayoría sobre los derechos y los deberes políticos, hoy parece
tomar nuevos bríos y adquirir nuevas mutaciones con síntomas por demás
preocupantes.
Todavía no nos hace efecto
la medicina para la indigestión causada por la desmesurada y poco ética forma
de gobernar del PAN, y aun con el malestar del empacho, seguimos comiendo sin precaución
todo lo que la política nueva nos pone en la mesa.
A pocos días del inicio de
otro sexenio, existe una ansiedad (justificada) de transformación. Hay cambio
de camiseta, de ideología, de estrategia, de partido de objetivos, de discurso
de tendencia y de causa, con la misma facilidad que un niño cambia su helado de
chocolate por una paleta de vainilla un domingo en el parque. ¿Cómo puede
suceder que el pasado (malo y bueno) desaparezca sin percatarnos?
Pero en fin, todavía es
tiempo de observar, todavía no se concretan las acciones tan rápidamente
emprendidas; y cambiar el rumbo de un país no es tan fácil como cambiar de
presidente.
Todo lo anterior se resume
en tres preguntas que nos facilitan comprender la situación por la que
atravesamos: ¿Queremos la oportunidad del cambio o preferimos la miseria y la
violencia, la corrupción y la burocracia, además de la dependencia actual?
¿Podremos creer que ya no habrá complicidad sistémica del PRI cómo antes? Y
finalmente ¿Cuánto tiempo, dinero y esfuerzo debemos seguir aportando los
ciudadanos, para convertir el cambio anhelado (para el bien común) en realidad?
Y pasando de lo general a lo
específico, en un breve comentario, ya que este tema merece de información y
reflexión profunda, le pasaré el pincel a la estrategia sobre educación.
Con gran alegría se ha
recibido en nuestro país el planteamiento que el presidente Peña Nieto hiciera
sobre la reforma educativa. Tema escabroso y delicado que tiene a México sumido
en un hoyo negro.
Sólo quiero enfatizar, que
la cuestión educativa no está demarcada única y exclusivamente por la cuestión
sindical, como parece ser, ni tampoco en la confrontación añeja entre el hoy
secretario de Educación Emilio Chuayffet (quien se siente el mesías) y la líder
del SENTE Elba Esther Gordillo (quien es el diablo).
La reforma educativa va
mucho más allá de meros acuerdos políticos convenientes (para variar) para el
Estado. Desde hace mucho tiempo, ha sido motivo de gran preocupación el
constatar el deterioro de la calidad de la educación, no sólo por los planes y
programas de estudio que no corresponden con la realidad, o por tener un
magisterio corrupto y politizado, que anteriormente (con el “otro” PRI)
trabajaba a puertas cerradas; y con una súper reacción de libertad sindical que
fue total y absolutamente solapada por el PAN durante sus administraciones.
Sin quitar méritos,
definitivamente en algunos momentos de nuestra historia, la educación en México
ha tenido avances cuantitativos, sin embargo, aún permanecen severos rezagos
que ya no deberían existir.
Si hoy de verdad estamos
frente a la posibilidad de emprender una profunda modernización de la educación
en México, será única y exclusivamente porque el punto de partida sea lo
contrario a los cambios cuantitativos, con los cuales paradójicamente la educación
ha sido cada día de menor calidad. Es decir, si la educación necesita una
modificación a fondo en términos cuantitativos (lo que parece con la reforma),
que no se le olvide al presidente Peña Nieto, que la calidad de la educación
representa la verdadera urgencia total, aunque políticamente no les convenga.
¡Vale la pena reflexionarlo!
lmsarovi@hotmail.com