¿MÉXICO
EN PAZ?
Luz María Sánchez
Rovirosa
“No hay libertad, ni verdad,
ni justicia, cuando existe la afirmación arrogante del yo; cerrazón del alma y
sordera del espíritu”. Jaspers.
Entre un rápido y lento
devenir, hemos sido testigos del terrible acontecer en México en el cual el
gobierno en sus inicios, había estado exento de actitudes titubeantes, pero quien
hoy en día está colmado y tal vez desbordado de decisiones equívocas. Pasamos
casi sin darnos cuenta de un gobierno con un comienzo alentador; a un gobierno
con un país en una situación de crisis grave en todos sus ámbitos.
Esto, con el valor de
llamarlo “natural”, es “natural” en
cualquier reinicio; y quizá la principal causa se deba buscar en el fatal
pasado del quehacer político (sobre todo del PRI), surgido por los constantes
escándalos de corrupción, autoritarismo e ineficacia de sus gobiernos de antaño,
(incluidos los dos sexenios del PAN). Pero sobre todo, en una resignación de la
sociedad, motivada por la tradición de que nada cambia, y que siempre todo ha
ido peor a pesar de las promesas y las expectativas.
Desafortunadamente (como la
velocidad de un rayo), del pregón que se escuchó de que todo en el país iba no
sólo muy bien, sino excelente; se convirtió en la noticia de una nación que va de
picada; porque al final, el –nuevo PRI-, el del “carro completo”, no era
diferente que los de las –Eras arcaicas-.
Tras las anteriores y severas
crisis sexenales, lo que en un inicio abundó en la actual administración, fueron
las promesas de “acciones” de estabilidad, de blindaje financiero, del interés
de las inversiones propias y extranjeras, de la seguridad controlada, de la -calidad
de la educación- y de la reducción de la pobreza; pero sobre todo las –benditas,
pero cuestionadas reformas- (de todo),
que según vaticinios (incluso del mismo presidente), permitirían que México
llegara a convertirse de un –país emergente-, a una -potencia mundial-.
Pero la inercia social que
arrastramos a modo de perverso código genético y de carácter socio-cultural, más
los graves problemas tales como la desinformación, el desinterés, la apatía y
la ignorancia de una parte de sociedad sobre los derechos y los deberes
políticos, hoy ante estos trágicos acontecimientos, parecían adquirir nuevas
mutaciones, con síntomas por demás preocupantes.
Todavía no nos hacía efecto
la medicina para la indigestión causada por la desmesurada y poco ética forma
de gobernar del PAN, y aun con el malestar del empacho, lo que la nueva
política (¿?) nos puso en la mesa, nos lo comimos sin ninguna precaución.
De repente surge una
inesperada reacción, y ante un fuerte encontronazo con la realidad, la sociedad
despierta, y se da cuenta (espero que no demasiado tarde) que tiene “el derecho
a tener derechos”, esos derechos que todo ser humano tiene a vivir justa,
respetuosa y plenamente su vida en la sociedad.
Así que ya (casi) conscientes,
que todo aquello que le impida a un ciudadano a realizar el ejercicio pleno de
su ciudadanía, se llama y es violencia. Y se da, desde la mismísima violencia
del Estado (en la que siempre estamos inmersos), hasta la violencia por la inseguridad
criminal en las calles (en toda sus modalidades), la violencia familiar, la
violencia laboral, de género, y toda aquella que atente con el desarrollo de
una persona, de una comunidad, de un municipio, de un estado y por ende de un
país.
Entonces y por consiguiente,
si toda la violencia nos niega el derecho a tener paz ¿Qué se tiene que hacer
primero? Porque sin libertad, sin verdad y sin justicia, simplemente no puede
haber paz.
Pero la búsqueda de la paz siempre
se complica, porque no existe la suficiente voluntad para resolver los
problemas. Bastaría con preguntar quiénes son los culpables de su ausencia, para
que inmediatamente esa culpa se traslade al otro, eliminándose (cada quien) automáticamente
de la solución.
Así que lo primero que
tenemos que aceptar, es todos somos solidariamente culpables, como todos somos
solidariamente parte de la solución para encontrar la anhelada paz; siempre y
cuando seamos partícipes, buscando el bien común y no solo nuestros intereses
personales. ¡Vale la pena reflexionarlo!