¿OTRA
ESTRATEGIA ANTISECUESTRO?
Luz María Sánchez
Rovirosa
“El miedo es la inseguridad
a lo desconocido. El pánico es la seguridad de lo conocido” Lakarus.
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La inseguridad es un tema
que frecuentemente está presente en las conversaciones de todos y cada uno de
los mexicanos. Diariamente escuchamos, leemos, y vemos por todos los medios de
comunicación, noticias escalofriantes acerca de la creciente delincuencia
organizada, un mal que los gobiernos han permitido, y que ha alcanzado altos
niveles, afectando gravemente la vida de la sociedad. La inseguridad no es un quebrantamiento
que solo afecte a personas de alguna clase social; la inseguridad nos afecta a
todos por igual, por el simple hecho (en este caso), de vivir en México.
Hablar de inseguridad, es
hablar de distintos factores que están ligados y van de la mano con ella:
desintegración y violencia familiar, juegos de azar disfrazados (casinos), drogas
y drogadicción, remuneración instantánea con el mínimo esfuerzo, falta de
valores, acoso, corrupción en el sistema judicial, falta de interés de los
gobiernos para efectuar cambios efectivos, así como el creciente desempleo y la
fuerte crisis que nos azota, entre otros muchos.
En todo México, pero
especialmente en ciertas entidades el secuestro en todas sus modalidades
(económico, extorción, express, virtual,
así como hay secuestros profesionales, improvisados, secuestros de vehículos,
aviones, hasta los autosecuestros), se ha convertido en una forma de trabajo, en
un medio de vida, en el cual increíblemente familias enteras participan,
dedicándose a privar de la libertad a personas y/o extorsionar, obteniendo por
ello abundantes (o por lo menos suficientes) recursos económicos vía los
rescates, que aun cuando las familias de los secuestrados no tengan el dinero,
están dispuestos a conseguirlo y a pagar para recuperar vivo y sano a su ser
querido, cosa que infortunadamente no siempre es posible.
El secuestro se ha
convertido en una pesadilla en la sociedad mexicana, es un tema delicado a
tratar y es un grave delito que tiene serias consecuencias, tanto morales,
emocionales, físicas y psicológicas, que atentan contra la integridad, la
libertad y hasta contra la vida (que se ha vuelto muy común) de cualquier
persona.
El motivo del secuestro,
siempre será la recompensa (y en muchos casos la venganza también), que se
obtiene del rescate que se paga por respetar la vida de los secuestrados, y que
a pesar de obtenerlo, muchas veces, tal vez demasiadas, no se cumple.
Pero si el delito en si es
aberrante, lo es también no lograr entender la pérdida de toda conciencia de
los secuestradores criminales y delincuentes, que siendo también seres humanos
(¿?), teniendo familia, dañan sin piedad y con premeditación, alevosía y
ventaja a sus víctimas.
El pasado martes en la
ciudad de México, fue presentada la Estrategia Antisecuestros, por el
Secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, que contempla mejorar la
coordinación (“sin echar culpas”), con las autoridades de los estados más
afectados por los plagios, que son Durango, Michoacán, Tabasco, Oaxaca,
Veracruz, Guerrero, Tamaulipas, Estado de México, Morelos y Zacatecas, que
concentran el 78 por ciento de los casos del país, sin dejar de lado el resto
del país.
Esta nueva política en materia de seguridad, fue
instruida el pasado diciembre (tardíamente) por el presidente Peña Nieto, en
–atención- al aumento de esta grave fechoría, y en la cual participarán como
consejeros (por el momento), ya que en su –instinto-, ya se vieron como
políticos (incipientes), Alejandro Martí, Isabel Miranda de Wallace, María
Elena Morera y Josefina Ricaño, quienes han sido víctimas de este crimen.
Este -nuevo plan- fue
lanzado (también) en los últimos sexenios. Las anteriores iniciativas, fueron
propuestas por Ernesto Zedillo en 1997; Vicente Fox en 2004; Felipe Calderón en
2008, sin haber obtenido resultados positivos, y hoy por cuarta ocasión Peña
Nieto propone lo mismo, pero con palabras más rebuscadas.
¿Podremos esta –cuarta- ocasión creer en las promesas de siempre? Hoy estamos
viviendo un tiempo en el cual la violencia y el terrorismo siembra de inquietud
y dolor las calles de nuestras ciudades y de nuestros pueblos; y los que
vivimos y convivimos en ellas cargamos ese pesar que nos tocó vivir; por ello
somos el producto de nuestro tiempo, de la decisión de vivir a tiempo nuestro
tiempo; y también somos carne viva de las contradicciones de nuestro tiempo. Ese
tiempo al que le permitimos convertirse en historia.
Pero curiosamente encima de todas las propuestas
rebuscadas, ellos, las autoridades y gobernantes acusan de violentos a los
pueblos que se levantan en armas y condenan precisamente, lo que en ellos no se
condena. Y tampoco condenan el terrorismo cotidiano sobre cada familia
(demasiadas), que no tienen que comer, que no caben en los servicios de salud,
de educación, que se protegen de la noche entre precarias paredes de láminas de
cartón, o bajo el cielo y las estrellas.
¿Otra estrategia antisecuestros? Cuando ellos, los poderosos,
los autoritarios, los dogmáticos e hipócritas políticos, condenan y señalan con
un dedo acusador, a las víctimas de su propia violencia. ¡Vale la pena
reflexionarlo!