viernes, 26 de junio de 2015

LA SOMBRA DE LA VIOLENCIA




LA SOMBRA DE LA VIOLENCIA

 

Luz María Sánchez Rovirosa

“La peor consecuencia de la violencia, es que nos estamos acostumbrando a ella”.

La violencia es un fenómeno histórico que está relacionado con la conducta y el desarrollo social del ser humano. La violencia en todas sus formas, se ha convertido en un tema con el que tenemos que batallar diariamente, con el latente y grave peligro de enfrentarse a ella y lo que es peor, acostumbrarse a ella, como una forma inevitable de vida.

Así que hoy, ante los recientes, recrudecidos y escalofriantes episodios de violencia, que se suceden continuamente en el estado de Guerrero y en el puerto de Acapulco, donde lamentablemente (casi) siempre se pierden invaluables vidas humanas ¿Qué es lo que se tiene que hacer?

En nuestro país, y especialmente en el estado de Guerrero (entre otros), los gobiernos no han sabido, ni han querido manejar la violencia, ya que la agudización de las desigualdades sociales, económicas y políticas, se refleja en ira y depresión, sentimientos que mal manejados se transforman en violencia; y nos convertimos en rehenes en esta confrontación violenta de ajustes de cuenta de los carteles, del crimen y la delincuencia organizada, que están sobre nosotros, y viven de nosotros.

Se dicen tantas cosas en todo el mundo sobre la espiral de la violencia que padece el estado de Guerrero y el puerto de Acapulco (lugar que fuera uno de los destinos turísticos más famosos de México); que ya se perdió la noción del momento que nos convertimos en parte de la historia del “tesoro perdido”.

¿Qué tenemos que hacer para garantizar la seguridad y poder promocionar el turismo, garantizando no poner en riesgo la vida de los turistas y del pueblo?

Es bien sabido las facilidades a lo largo y ancho del estado y de Acapulco, que otorgan (con disimulo) las autoridades, para que –los susodichos- puedan adquirir lo necesario para satisfacer los caprichos monetarios, que imponen las cúpulas de las adicciones y el desorden, con sus graves consecuencias, sin ningún tipo de vigilancia, ni presión.

Para que la balanza funcione y pese correctamente, tiene que haber equilibrio. En el caso de Guerrero y Acapulco (como de cualquier otro lugar del país), las autoridades no pueden ni deben minimizar los trágicos sucesos tan frecuentes, y manifestar (como prioridad), que la actividad turística no se vea afectada por dichos actos violentos.

Y uno se pregunta ¿Cómo puede no afectar (al turismo y la gente que aquí vive), un preocupante incremento de asesinatos con violencia extrema y sin ningún pudor?

De verdad es de lamentar los muchos hechos sangrientos y los crímenes que constantemente cobran vidas injustamente. Como sociedad, no podemos seguir con los brazos cruzados, observando como la vía represiva (incluyendo al pueblo), es presentada como la única alternativa para combatir la delincuencia.

Y al final qué más da, otro muertito hoy, o dos o tres o cincuenta mañana. No hay trabajo hoy, robo, asalto, secuestro y asesino mañana. Y no hay agua, no hay luz, ni dinero para más obras, doy o me piden –mi mochada-; y por supuesto no hay seguridad hoy, siempre por la culpa del ayer.

Pero hay que reflexionar, que aun cuando, los más afectados somos la sociedad civil, no debemos acostumbrarnos a la violencia y a la inercia. No podemos seguir permitiendo que gobierno tras gobierno, se –hagan ojo de hormiga-, y se justifiquen pasándose unos con otros la inmensa bola de nieve de la responsabilidad, y nos quieran engañar una y otra vez. Hay que recordarles a menudo (hasta que lo entiendan), que están allí, encumbrados, única y exclusivamente (de la manera que haya sido), por nuestra voluntad.

Mientras la sociedad y las autoridades sigamos atrapados en esta espiral de violencia, mientras no tomemos conciencia de lo que nos está sucediendo por conveniencia, negligencia o temor, de agarrar valor para externar nuestro malestar por el bien común que somos todos, la sombra del crimen organizado y desorganizado, y los abusos cada vez más grandes del gobierno, estaremos expuestos a pasar de la indignación a lo indigno. Por favor, necesitamos despertar, nuestros hijos, nuestros nietos, el estado de Guerrero, el puerto de Acapulco y su gente, no nos lo merecemos. ¡Vale la pena reflexionarlo!    

miércoles, 17 de junio de 2015

EGOÍSMO MORAL





EGOÍSMO MORAL

Luz María Sánchez Rovirosa

“Que nadie se a tan rico como para poder comprar a otro, ni nadie tan pobre como para verse forzado a venderse” Rosseau.

 

Todos sin excepción, en algún momento de nuestras vidas hemos sentido la sensación de tener el estómago vacío y la necesidad imperiosa de comer para satisfacer esa exigencia. Muchos de nosotros podemos solucionarlo inmediatamente, pero hay muchos más, que difícilmente lo lograrán.

La mayoría sabemos que para no ser pobre, es necesario tener recursos para poder comer, vestirse, asearse, cocinar, tener un techo, acceso a la educación y al cuidado de la salud. Entonces la pobreza extrema o la “miseria”, es considerada para aquellas personas, que están muy lejos de superar ya su condición de pobreza.

Hoy por hoy, se asegura (y con razón), que el incremento de la pobreza es una clara muestra del “fracaso de los modelos de gobierno” llámense priístas, panistas, perredistas y demás, ya que es el resultado de una política social equivocada; porque no es con el paternalismo o asistencialismo como se genera progreso, sino con políticas de proyectos productivos y desarrollo humano, que permitan a los ciudadanos generar sus propios ingresos y subsistir, tal como  debería ser la cuestionada “Cruzada contra el Hambre”

¿Pero qué nos inquieta al retomar este tema? Recientemente se escuchó retumbar (entre otras), la noticia del lanzamiento por parte del presidente Enrique Peña Nieto de la iniciativa “Mesoamérica sin hambre”, que es una proposición de cooperación internacional con los países de Centroamérica, así que México rimbombantemente, lanzó dicha iniciativa con un financiamiento inicial, de -tres millones de dólares-.

El hambre es según la Real Academia Española “las ganas y necesidad de comer”; pero eso es una primera acepción, es decir, una sensación como un momento pasajero. Pero el hambre también se define como “la escasez de alimentos básicos para vivir, que causa miseria generalizada”. Esta es el hambre que humilla, que causa dolor; es el hambre que mata.

Más allá de las cifras sobre el número de pobres que hay en nuestro país, de los criterios (¿?) para medir la pobreza, de los proyectos de desarrollo y de todos los planes gubernamentales, el hecho categórico es que existen demasiados pobres en México.

Esos pobres, que carecen de los mínimos beneficios para comer, vestir, recibir educación, conservar la salud y a veces hasta la misma vida. Esos pobres que no tienen un empleo estable o justamente retribuido (muchos de ellos por no tener acta de nacimiento (identidad), o capacidad laboral); aquellos que se encuentran enfermos, abandonados, olvidados y en silencio; los que tienen que dejar su lugar de origen por falta de oportunidades; quienes padecen adicciones, los que padecen algún tipo de discapacidad o enfermedades crónicas-degenerativas; aquellos para quienes la calle es más segura que un hogar violento; los desnutridos, los ignorados. ¿A todos ellos que estaban incluidos (con condiciones) en este gran proyecto nacional, ya se les quitó el hambre, para que México quiera y pueda ayudar a los de fuera?

Estoy segura que el gobierno no ha entendido, que a los ciudadanos no puede tratarnos ni como un número, ni como un dato; sino como seres humanos, con rostro, nombre y apellidos (los que no tenemos el infortunio de carecer de identidad), personas que somos parte de la historia, de la política y del paisaje de este hermosos país.

Los pobres, los hambrientos, los marginados, ya no quieren acciones asistenciales, sino la solución del problema estructural, que produce su lamentable estado.

Urge que el gobierno tome con seriedad el tema de la pobreza y sus consecuencias, y lo asuma como -una prioridad para México-; no solo con fines partidistas, electorales, ni con el -egoísmo moral-, que producen los protagonismos exacerbados, que cubren el protocolo internacional, y le puedan aplaudir al presidente. Urge el bienestar común de todo el país, sin excepción. ¡Vale la pena reflexionarlo!