“CUANDO
CALIENTA EL SOL, AQUÍ EN LAS PLAYAS DE ACAPULCO”
Luz María Sánchez
Rovirosa
“El
político es y deberá ser siempre el humano que ante el llamado de las
necesidades públicas de la sociedad, responderá con comprometida solidaridad
ante la problemática imperante de su época y las circunstancias de su pueblo”.
En Acapulco las bellezas
naturales son lo máximo, y eso ni quien lo dude; hay un sol esplendoroso, aguas
cálidas en playas de suave arena y atractivos incomparables, por lo que la
violencia, no puede opacar el esplendor del puerto. Eso también es verdad, pero
si opaca y ciega la vida de su pueblo y de los turistas que nos visitan.
Los funcionarios (todos, y
de todos los tiempos) siempre han querido “tapar el sol con un dedo”, y
aseguran que pese a las noticias constantes de hechos sangrientos que han
atraído la atención de los medios de comunicación nacionales e internacionales,
la población acapulqueña realiza con normalidad sus actividades diarias.
Cuántas veces y reiteradamente
hemos escuchado que Acapulco no está en crisis, que los casos de violencia que
se han suscitado en el puerto, son hechos aislados; y nos aseguran que las
autoridades turísticas han atendido el asunto (¿?). ¿Qué es lo que nos toca
hacer a nosotros los ciudadanos? ¿Hablar de lo bueno, de lo hermoso que es
Acapulco y que es mucho más que los -incidentes aislados- que nos lastiman, que
nos duelen y que nos asustan?
En la historia de la
humanidad, nos encontramos con el intento constante del hombre por dominar a
sus semejantes, a menudo en provecho propio. Este deseo de someter a los demás y al mismo tiempo el miedo a ser
sometido por los demás, es en muchas ocasiones la raíz de la mentira,
del fingimiento, del fraude, de la manipulación, de la demagogia política, y
por supuesto de la violencia.
La violencia es
indudablemente fruto de la injusticia,
y cada día más personas se manifiestan en contra de esta grave
situación, con la formación de
movimientos de agresión, delitos y crimen, que provocan una acción represiva
cada vez más apremiante en la sociedad, sin importar las consecuencias; siendo
el círculo de la violencia, la
injusticia, la agresión, la reacción de venganza, el rencor, el odio, y
así sucesiva y eternamente.
La violencia es una palabra que ya debería estar fuera del contexto verbal de
nuestras vidas y es la acción que no debería convivir en la trama de una
sociedad civilizada; pero tristemente, por el contrario de lo que digan las autoridades
estatales y municipales, cada día se incrementa y sigue permeando en la
sociedad como si fuera el único medio por el cual unos pocos se hacen notar,
mientras que la mayoría, indefensa, temerosa y dañada la sigue padeciendo, la
sigue aguantando, y lo más triste, se está acostumbrando.
No se vislumbra en el horizonte, posibilidad alguna de mitigar la
violencia sufrida en el puerto de Acapulco con todo y sus bellezas naturales,
porque son dos cosas totalmente diferentes, con las cuales pretenden las
autoridades minimizar los graves acontecimientos que han sucedido en el puerto,
sin omitir la violencia que también ha cobrado tantas (demasiadas) víctimas en
todo el estado de Guerrero. Simplemente, 99 muertos (contaditos), desde que se
instaló en Chilpancingo “El Orden y la Paz”. ¿De risa?
Uno
de los resultados de la lucha del gobierno mexicano contra el narcotráfico,
planeada para ofrecer mayor seguridad a los ciudadanos, desafortunadamente se
ha convertido en una fuente permanente de violencia e inestabilidad en varios
puntos del país.
En
algunos lugares, la violencia ha alcanzado niveles que también resultan letales
para la economía de estados y municipios como Guerrero y Acapulco, en los
cuales la violencia definitivamente, no es un suceso aislado, ni la mitiga
“cuando calienta el sol, aquí en las playas del puerto”.
En este
país (como en muchos otros), en este deprimido estado de Guerrero, en este
hermoso pero vulnerable y vulnerado puerto de Acapulco, hay marcas, cicatrices,
huellas de desesperanza que aparecen significativamente sobre los escenarios de
su historia ordinaria, que los doblega a ver los retazos de un gobierno
represivo, tan oscuro como lacerante, que se nombra a media voz, ya no por la
censura del poder político, sino por la imposibilidad del lenguaje para
encontrar palabras adecuadas para expresar el dolor, ante semejantes “ideas
políticas”, frente a los agravios sufridos.
Pero la
culpa la tenemos nosotros, una sociedad pasiva e inerte, que desde tiempos
remotos hemos permitido que nos gobiernen, única y exclusivamente por
conveniencia personal y no del bien común; esta clase de personas; que de
cualquier color y de cualquier partido, siempre son los mismos. ¡Vale la pena
reflexionarlo!