POR
COBARDÍA
Luz María Sánchez
Rovirosa
“La
promesa de seguridad segura, seguramente será inseguridad asegurada”.
La inseguridad es un tema que frecuentemente está presente en las pláticas
de todos y cada uno de los mexicanos y el estado de Guerrero y el municipio de
Acapulco, no son la excepción.
Escuchamos, leemos y vemos por todos los medios de comunicación noticias
escalofriantes acerca de la creciente delincuencia organizada y la no
organizada en nuestro país, porque lamentablemente es un mal que se ha ido
dejando crecer desde sexenios anteriores, y que ahora ha alcanzado niveles
exorbitantes afectando la vida diaria de la sociedad mexicana, por el simple y
sencillo hecho de vivir en México.
Hablar de inseguridad es muy complejo, es hablar de diferentes factores que
están ligados entre sí, y que van desde la pobreza y la marginación, la
desintegración familiar, la violencia, la drogadicción, la gratificación (económica)
instantánea con el mínimo esfuerzo, la falta de valores, la apatía por parte de
los ciudadanos ante los abusos; la negligencia y el desdén de los políticos
para efectuar obras necesarias y efectivas para el bienestar común; así como el
desempleo y la crisis, pero sobretodo, -la corrupción generalizada-.
Ahora bien, desde
hace ya tiempo atrás con curiosidad he venido observando, que los hechos
violentos que nos agobian y que ya nos rebasaron, no son exclusivos del crimen
organizado, aun cuando efectivamente esta violencia desatada es o puede ser derivada
de esas acciones delictivas tan peligrosas. Pero definitivamente muchos
agravios contra la vida y el cotidiano vivir (o sobrevivir), manifiestan
claramente una patología criminal diferente, que es propia del oportunismo, del
abuso y del vandalismo, y por supuesto de la falta de seguridad y la tenebrosa
impunidad.
Así que ante esta vorágine,
surge oportunamente la conveniente excusa que el presidente municipal Evodio
Velázquez Aguirre está usando ante su idea de seguridad, vía –policía
certificada y el “cacaraqueado” Mando Único-; qué cómo El Monje Loco: “nadie
sabe, nadie supo”; vendrán siendo la varita mágica que convierta la calabaza en
carroza.
El Mando Único es un -tema desconocido
y muy controversial-, que amerita un serio debate de altura con personas
expertas, con el fin de que las políticas públicas a implementar para coadyuvar
en contra de esta grave problemática, puedan ser las adecuadas y eficientes
tomando en cuenta todas sus vertientes, con el fin de que el fenómeno de la
violencia sea perseguido con mayor rigor y tomar las decisiones correctas que
deben ser adoptadas para brindar verdadera seguridad a toda la sociedad sin
excepción; pero sobre todo para que los -actores del gobierno en turno- (federal,
estatal y municipal), no estén gastando la “pólvora en infiernillos”, con tanta
verborrea decrépita que tanto daño hace.
Diariamente, el atribulado pueblo lucha por salir adelante en medio de una
política autoritaria, irracional y cobarde, de caciquismos añejos, de
corrupción, de abusos, de violaciones consuetudinarias a los derechos humanos,
de crímenes, de miserias, marginación, de represión, con rezagos casi
irreparables y con una injusta distribución de la riqueza, para que simplemente
a los otros, a los ungidos los dejen vivir en la abundancia, en la impunidad,
en el cinismo, pero en paz.
La cobardía (en su máxima expresión), a menudo es una de las formas que más
practican las clases de los políticos y los poderosos, como medio de “asegurar
la seguridad” y el bienestar de “sus vidas y las de sus familias”, a expensas
del riesgo o de la culpa asumidos por los que les estorban. (Aun cuando vale la
pena aclarar, que como en toda regla, hay excepciones).
Dicen por ahí, que “la
culpa es tan fea que nadie quiere cargar con ella”. Uno de los errores más
comunes del ser humano (no todos) y de los políticos, reside en no aceptar las
consecuencias de sus actos, con una tendencia a protegerse de cualquier manera
y a cualquier costo, de cualquier situación que lo libere del cargo de conciencia.
(Cobardía).
Razón por la cual las autoridades y gobernantes (cobardes),
acusan de violentos a los ciudadanos que no están conformes con sus desatinos;
y condenan precisamente lo que en ellos no se condena; como tampoco condenan
(porque no les conviene) el terrorismo cotidiano sobre cada familia
(demasiadas) que tantas veces carecen de identidad, es decir, no existen, que
no tienen que comer, que no caben en los servicios de salud, de educación, que
se protegen de la noche entre precarias paredes de láminas de cartón, si bien les va.
Y si México transita por esta apesadumbrada situación, es
porque ellos, los poderosos, los autoritarios, los dogmáticos, cínicos, hipócritas,
corruptos y cobardes políticos, condenan y señalan con su sucio dedo acusador,
a las víctimas de su propia violencia; esa violencia del cobarde, que también y
con urgencia, se tiene que combatir. ¡Vale la pena reflexionarlo!