miércoles, 20 de julio de 2016




“EL PERDÓN HISTÓRICO”


Luz María Sánchez Rovirosa


“No sé perdonar qué quieres que te diga, si yo nunca te he dicho una mentira. No sé perdonar, que te perdone Dios”…..J. Cantoral


Cuando nuestra conciencia despierta y comienza a funcionar, podemos darnos cuenta sin duda, que cada vez que cometemos una falta, la conciencia nos lo empieza a reprochar; en tal caso, lo que procede inmediatamente, es confesar la falta y pedir perdón (con la certeza de no volverlo a hacer), para que la misma, pueda ser descargada.

La conciencia es tan sensible, que normalmente nos está amonestando cada vez que hacemos algo desagradable o incorrecto, que agrede o lastima a nuestro prójimo; pero hay veces que por soberbia, por poder, por ambición, incluso por maldad, nos cansamos de obedecerla, y entonces buscamos y encontramos mil argumentamos contra ella, pero a favor de nosotros. Este cotidiano fenómeno se repite una y otra vez, hasta que logramos doblegarla y adormilada y sumisa nos deja de hablar. Este fenómeno sucede cuando la persona obra mal, pero está convencida que lo está haciendo bien.

Sale a colación este sencillo y breve comentario sobre “el perdón”, ya que hace un par de días, el presidente Enrique Peña Nieto, fue, sigue y seguirá siendo noticia relevante, ante un extraño -acto de contrición- en su discurso al presentar la nueva Ley Anticorrupción, frente a los mexicanos, en torno al escándalo de la llamada Casa Blanca. 
Cientos de comentarios han surgido alrededor del inesperado suceso, por supuesto los contrarios y muchos que no lo son, calificaron la acción,  como cínica y vacía, ya que en su reclamo aseguran que “no basta pedir disculpas sino rendir cuentas”. 
Los que le otorgan al Ejecutivo sus favores, califican “el perdón histórico”, como un acto responsable y sincero, y lo tomaron como un “parteaguas” para el resto de su administración bastante dañada por la inseguridad, la injusticia, la violencia, la corrupción y la impunidad. 
Qué maquiavélico subterfugio llevó al presidente a pedir perdón (¿?), por una situación por demás bochornosa. ¿Habrá pensado si al hacerlo será digno por quienes ofendió a ser perdonado? ¿Estará en sus planes de reconciliación, reparar el daño moral y financiero que dejó tatuado en México semejante pecado (entre otros) de abuso de confianza y de poder?   
Ahora bien, al pedir perdón ¿a qué se estaba refiriendo? ¿Al error de haber adquirido esa propiedad; a la mentira de decir que la pagó su esposa con sus –antiguos honorarios como actriz-, cuando la compra-venta  se llevó a cabo justo con fuertemente cuestionado Grupo Higa; o por tratar de quitarse de encima un lastre que le ha traído consecuencias negativas tanto a su gobierno, como a su partido que ya está pagando las facturas?

Para entender el contexto de la situación, vale la pena releer una vez más el pedazo del contrito discurso de Peña Nieto: Principalmente acepta haber cometido un error, pero enfatizó “No obstante que me conduje conforme a la ley, este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y daño la confianza en el Gobierno. En carne propia sentí la irritación de los mexicanos. La entiendo perfectamente, por eso, con toda humildad, les pido perdón”.

Entre la cantidad de las diversas reacciones, qué conclusión podríamos sacar, porque es obvio que dentro del discurso para anunciar la promulgación de la Ley Anticorrupción, -no podía silenciar ese “distinguido” acto de corrupción-.
Así que para suavizar la letanía y salirse de su propia trampa, simple y sencillamente lo embarró, porque pedir disculpas no es tan difícil, pero reparar el daño (no solo a su familia, al gobierno y a él mismo) sino al pueblo que lo puso en ese lugar, sí; empezando por el dramático y patético despeñadero que le está haciendo tanto daño al país; y que buscan desesperadamente detener antes del 2018. ¡Vale la pena reflexionarlo!   

sábado, 9 de julio de 2016

ABC, 78 MESES







ABC, 78 MESES

Luz María Sánchez Rovirosa

“Frente a la dificultad y a la tragedia, siempre puedo elegir interpretar lo que me sucede como una desgracia, como un desafío, como una catástrofe y transformarme en víctima; o puedo mirarlo (después de subir la espiral de la aceptación), como una oportunidad de crecer y transformarme en protagonista de un verdadero cambio para ayudar a los demás”.


78 meses se cumplieron de la más grave tragedia infantil de México. Por si no lo recuerdan, este hecho sucedió en Hermosillo, cuando un incendio provocado (¿?) en una bodega propiedad de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público del Gobierno de Sonora, se propagó hasta las instalaciones de la Guardería ABC, estancia infantil subrogada por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) a particulares; siniestro en el cual, perdieron la vida 49 niños (entre seis meses y cuatro años) y más de sesenta pequeños quedaron con heridas y quemaduras muy delicadas, que hoy son marcas indelebles de un profundo dolor y una gran injusticia.

En aquellos momentos y con las primeras indagaciones (que por parte del gobierno hasta allí llegaron), arrojaron de inmediato que la guardería carecía de salidas de emergencia, no contaba con extinguidores y prácticamente no cumplía con las normas básicas y obligatorias de seguridad para este (y cualquier) tipo de instalaciones que brindan servicios a la comunidad.

Y desde entonces año tras año; desde aquel día de horror, personas y grupos se solidarizan con los padres de los pequeños y se manifiestan por medio de marchas, pancartas, velas encendidas, globos volando al cielo, ayunos, cantos, y por supuesto muchas lágrimas de dolor, de ese dolor que se guarda en el silencio de los inocentes.

Esta rebeldía atrapada, de un pueblo mudo por el temor a la censura y a la represión por decir lo que siente y lo que piensa, un pueblo que no se puede armar de valor y tomar el lugar que le corresponde; ese mismo lugar en igualdad, desde donde los poderosos, los que mandan, los que deciden; nos señalan, nos humillan y nos desdeñan, y no hay algo más triste, que ver el poder, la ambición, la impunidad, la soberbia y el desinterés, por encima de la moral y la agonía.

Mientras el pueblo (no escogido) sufre y sufre mucho, también cada día va perdiendo más la confianza en los gobernantes, en quienes legislan nuestros tormentos (las leyes) y en quienes las imparten; porque la confianza es un privilegio que se gana, que se fortalece con actos de honestidad, congruencia y generosidad y cuando se pierde porque la dignidad ha sido consuetudinariamente mancillada, es muy difícil recuperarla.

La indignación argumentada y la desconfianza de las personas que han sufrido tragedias con sus seres queridos como Ayotzinapa, los secuestrados, asesinados y desaparecidos (por causa de la indiferencia, la incapacidad, la impunidad y de la injusticia gubernamental), y los grupos sociales que apoyan estas causas, tienen y deben seguir avanzando sin tropezar, hacia el reclamo de lo que les pertenece: la justicia.

La tragedia de Hermosillo ha provocado duelo y rabia, y no hay nada que apacigüe ni el sufrimiento, ni la furia reprimida de los padres, familiares y amigos de los pequeños, que año con año recorren las calles cargando las fotografías, los recuerdos, la impotencia, la impunidad, la injusticia, y eternamente las preguntas sin respuestas.

Cansados y con la paciencia impuesta por las circunstancias, estos padres han visto desfilar a todos los involucrados en el asesinato y daños irreparables de sus hijos, que aun cuando han sido señalados de responsabilidad por la justicia; ella misma, les ha permitido caminar impunes hacia nuevos horizontes de privilegios, sin que nada ni nadie los detenga.

Que confortable resulta esto para los que mandan, para los que apabullan, para los que abusan, para los que explotan. Qué fácil es encadenar las manos y los pies de la humanidad, con la anuencia de la prudencia.

Más en este caso, quizá existe la prudencia, pero no las ataduras (ni existirán), y vale la pena reflexionar que tantas lágrimas derramadas, nunca serán suficientes para devolverles a sus hijos; pero si harán que el horror que sufrieron (hasta la muerte), no les pase a los de los demás.

Una de las lecciones que nos deja la tragedia de la Guardería ABC, es que el cuidado de los inmuebles de estancias, guarderías, asilos, casas de reposo, escuelas, etc., en buen estado, no sea solo para los privilegiados, y ese es uno de los más graves problemas de la “nueva” Reforma Educativa ¿Cómo van a evaluar y exigirle a los maestros una docencia de calidad, si no tienen ni lo indispensable que requiere la enseñanza.


-El delito de asesinato- de la Guardería ABC, prescribió a los cinco años, y hoy ya nada hay que perseguir legalmente; pero sí, a los demonios que seguramente tendrán en su conciencia, al no poder apagar –el silencio de los inocentes-; de estos pequeños que no se merecían ser víctimas de una aberrante, impune e injusta tragedia permitida. ¡Vale la pena reflexionarlo!