LA
LEGIÓN Y LA CANONIZACIÓN
Luz María Sánchez
Rovirosa
“No
hay paz sin justicia y no hay justicia sin perdón”. Juan
Pablo II.
Marcial
Maciel Degollado, nació en Cotija de la Paz, (Michoacán, México) el 10 de marzo
de 1920. Su madre, Maura Degollado Guízar, quien era sobrina del Padre Rafael
Guízar y Valencia, inculcó a sus hijos la piedad y la caridad cristianas,
educándolos para apoyar las necesidades materiales y espirituales de los demás.
Pero ¿qué impresionante
inmensidad cruzó entre su niñez y la vida elegida por Marcial Maciel? ¿Un
puente agrietado y tiznado por el humo negro de las velas con las cuales miles
de legionarios, es decir, la elite católica, iluminaban al “Padre”? ¿Un puente
de proezas deformes y expectativas desviadas?
¿Dónde se perdieron la
piedad y la caridad cristianas que tanto se afanó su madre en inculcarle? ¿De
qué persecución hormonal o genética se hizo acreedor el señor Maciel durante su
gestación, que lo marcaron para inclinarse de tal modo a la concupiscencia?
Ante un tema tan intrínseco
y delicado, nos podemos acercar a ese principio, donde se debe poner en claro
la diferencia entre pedofilia y pederastia. Ambas definiciones se suelen
confundir, pero la gran diferencia radica en la acción. Esa denigrante acción
que consuman cada día millones de desviadas personas, y que en este específico
caso, llevó al fundador de “Los Legionarios de Cristo”, a cometer un grave
crimen, que aquí en la tierra, en la iglesia humana, se quedó (y al parecer) se
quedará impune por, los siglos de los siglos.
La pedofilia es la atracción
sexual que una persona adulta siente hacia los niños o adolescentes, pero es
sólo eso, atracción, algunos pedófilos nunca pasan a la acción; a diferencia de
los pederastas que siempre culminan esa aberrante agresión, que conlleva a la
práctica sexual con un menor de edad. Se concluye entonces, para entender bien,
que todos los pederastas son pedófilos, pero no todos los pedófilos son
pederastas, es decir, el pederasta es la persona que traspasa la fina línea de
recrearse en la observación, para trasladarlo a un plano físico.
Hoy la vida de Marcial
Maciel, como en la de tantas vidas en tantas órdenes de la -jerarquía católica-
(y no católica), vuelve a poner el dedo en la llaga, poniendo en entredicho el compromiso
de ser sacerdote; y expone ante el mundo, todo el nauseabundo poder que
virtuosamente ejercía sobre miles de personas (de diferentes contextos), a las
que les vulneró su vida para siempre, gozando (para variar) de los beneficios
del tráfico de influencias de políticos y empresarios, así como del imprudente,
grave y criminal silencio de la Iglesia Católica (Vaticano), lugar en el cual
se sabía (y se sabe) perfectamente, tanto de las aberraciones de Maciel, como
de miles de sacerdotes de todo el mundo, con la misma forma de actuar.
¿Quién era Marcial Maciel
Degollado, un “legionario” del Regnum Christi, un violador de los cánones de
la Iglesia Católica y de las leyes del
mundo y un asqueroso ladrón de inocencias y sueños infantiles por antonomasia,
que increíblemente intentó en vida, ser distinguido como un santo?
Se reabre (¿?) este capítulo
que no ha sido cerrado (por más que el clero se ha afanado), porque tenemos
enfrente la canonización de Juan Pablo II, el próximo 27 de abril; y cuesta
trabajo aceptar y entender (por más méritos celestiales), cómo se hizo acreedor
de tan alta distinción de manera tan pronta, si cobijó hasta el final de su
vida, la vida de aquellos que con sus desenfrenos y debilidad por la carne, destruyeron
otras muchas vidas.
Indiscutiblemente, el daño
es muy grande, comparable con un acto terrorista que cultiva sentimientos de
desprecio hacia la humanidad; que se manifiesta en una patología de venganza y desesperación
del daño sufrido en sus propias vidas, dejando siempre la incertidumbre del
futuro.
Efectivamente, todo ser
humano es imperfecto, es pecador y por lo tanto, nadie puede lanzar la primera
piedra. Pero no todo ser humano mata, abusa, viola o destruye vidas.
Dios, que sí es nuestro
Padre, ama a los pecadores, pero no el pecado. El señor Maciel ya fue juzgado
por Él, por sus pecados; y como pecador, justo estará donde tiene que estar.
Aquí abajo tristemente, su
crimen se quedó sin justicia, en un caso que hubiera tenido una defensa
absurda. Perdonamos a los que nos ofenden, porque también ellos perdonan
nuestras ofensas; y porque el perdón es ante todo una decisión personal, una
opción que tiene el corazón, y que va contra el instinto espontáneo de devolver
el mal por el mal. Y como ejemplo Divino, sencillamente tenemos aquel, que se
invocó desde la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,
34). ¡Vale la pena reflexionarlo!
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