miércoles, 12 de febrero de 2014

LA LEGIÓN Y LA CANONIZACIÓN






 
LA LEGIÓN Y LA CANONIZACIÓN

Luz María Sánchez Rovirosa

“No hay paz sin justicia y no hay justicia sin perdón”. Juan Pablo II. 

Marcial Maciel Degollado, nació en Cotija de la Paz, (Michoacán, México) el 10 de marzo de 1920. Su madre, Maura Degollado Guízar, quien era sobrina del Padre Rafael Guízar y Valencia, inculcó a sus hijos la piedad y la caridad cristianas, educándolos para apoyar las necesidades materiales y espirituales de los demás.

Pero ¿qué impresionante inmensidad cruzó entre su niñez y la vida elegida por Marcial Maciel? ¿Un puente agrietado y tiznado por el humo negro de las velas con las cuales miles de legionarios, es decir, la elite católica, iluminaban al “Padre”? ¿Un puente de proezas deformes y expectativas desviadas?

¿Dónde se perdieron la piedad y la caridad cristianas que tanto se afanó su madre en inculcarle? ¿De qué persecución hormonal o genética se hizo acreedor el señor Maciel durante su gestación, que lo marcaron para inclinarse de tal modo a la concupiscencia?

Ante un tema tan intrínseco y delicado, nos podemos acercar a ese principio, donde se debe poner en claro la diferencia entre pedofilia y pederastia. Ambas definiciones se suelen confundir, pero la gran diferencia radica en la acción. Esa denigrante acción que consuman cada día millones de desviadas personas, y que en este específico caso, llevó al fundador de “Los Legionarios de Cristo”, a cometer un grave crimen, que aquí en la tierra, en la iglesia humana, se quedó (y al parecer) se quedará impune por, los siglos de los siglos.

La pedofilia es la atracción sexual que una persona adulta siente hacia los niños o adolescentes, pero es sólo eso, atracción, algunos pedófilos nunca pasan a la acción; a diferencia de los pederastas que siempre culminan esa aberrante agresión, que conlleva a la práctica sexual con un menor de edad. Se concluye entonces, para entender bien, que todos los pederastas son pedófilos, pero no todos los pedófilos son pederastas, es decir, el pederasta es la persona que traspasa la fina línea de recrearse en la observación, para trasladarlo a un plano físico.

Hoy la vida de Marcial Maciel, como en la de tantas vidas en tantas órdenes de la -jerarquía católica- (y no católica), vuelve a poner el dedo en la llaga, poniendo en entredicho el compromiso de ser sacerdote; y expone ante el mundo, todo el nauseabundo poder que virtuosamente ejercía sobre miles de personas (de diferentes contextos), a las que les vulneró su vida para siempre, gozando (para variar) de los beneficios del tráfico de influencias de políticos y empresarios, así como del imprudente, grave y criminal silencio de la Iglesia Católica (Vaticano), lugar en el cual se sabía (y se sabe) perfectamente, tanto de las aberraciones de Maciel, como de miles de sacerdotes de todo el mundo, con la misma forma de actuar.

¿Quién era Marcial Maciel Degollado, un “legionario” del Regnum Christi, un violador de los cánones de la  Iglesia Católica y de las leyes del mundo y un asqueroso ladrón de inocencias y sueños infantiles por antonomasia, que increíblemente intentó en vida, ser distinguido como un santo?

Se reabre (¿?) este capítulo que no ha sido cerrado (por más que el clero se ha afanado), porque tenemos enfrente la canonización de Juan Pablo II, el próximo 27 de abril; y cuesta trabajo aceptar y entender (por más méritos celestiales), cómo se hizo acreedor de tan alta distinción de manera tan pronta, si cobijó hasta el final de su vida, la vida de aquellos que con sus desenfrenos y debilidad por la carne, destruyeron otras muchas vidas.

Indiscutiblemente, el daño es muy grande, comparable con un acto terrorista que cultiva sentimientos de desprecio hacia la humanidad; que se manifiesta en una patología de venganza y desesperación del daño sufrido en sus propias vidas, dejando siempre la incertidumbre del futuro.

Efectivamente, todo ser humano es imperfecto, es pecador y por lo tanto, nadie puede lanzar la primera piedra. Pero no todo ser humano mata, abusa, viola o destruye vidas.

Dios, que sí es nuestro Padre, ama a los pecadores, pero no el pecado. El señor Maciel ya fue juzgado por Él, por sus pecados; y como pecador, justo estará donde tiene que estar.

Aquí abajo tristemente, su crimen se quedó sin justicia, en un caso que hubiera tenido una defensa absurda. Perdonamos a los que nos ofenden, porque también ellos perdonan nuestras ofensas; y porque el perdón es ante todo una decisión personal, una opción que tiene el corazón, y que va contra el instinto espontáneo de devolver el mal por el mal. Y como ejemplo Divino, sencillamente tenemos aquel, que se invocó desde la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). ¡Vale la pena reflexionarlo!

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