miércoles, 17 de junio de 2015

EGOÍSMO MORAL





EGOÍSMO MORAL

Luz María Sánchez Rovirosa

“Que nadie se a tan rico como para poder comprar a otro, ni nadie tan pobre como para verse forzado a venderse” Rosseau.

 

Todos sin excepción, en algún momento de nuestras vidas hemos sentido la sensación de tener el estómago vacío y la necesidad imperiosa de comer para satisfacer esa exigencia. Muchos de nosotros podemos solucionarlo inmediatamente, pero hay muchos más, que difícilmente lo lograrán.

La mayoría sabemos que para no ser pobre, es necesario tener recursos para poder comer, vestirse, asearse, cocinar, tener un techo, acceso a la educación y al cuidado de la salud. Entonces la pobreza extrema o la “miseria”, es considerada para aquellas personas, que están muy lejos de superar ya su condición de pobreza.

Hoy por hoy, se asegura (y con razón), que el incremento de la pobreza es una clara muestra del “fracaso de los modelos de gobierno” llámense priístas, panistas, perredistas y demás, ya que es el resultado de una política social equivocada; porque no es con el paternalismo o asistencialismo como se genera progreso, sino con políticas de proyectos productivos y desarrollo humano, que permitan a los ciudadanos generar sus propios ingresos y subsistir, tal como  debería ser la cuestionada “Cruzada contra el Hambre”

¿Pero qué nos inquieta al retomar este tema? Recientemente se escuchó retumbar (entre otras), la noticia del lanzamiento por parte del presidente Enrique Peña Nieto de la iniciativa “Mesoamérica sin hambre”, que es una proposición de cooperación internacional con los países de Centroamérica, así que México rimbombantemente, lanzó dicha iniciativa con un financiamiento inicial, de -tres millones de dólares-.

El hambre es según la Real Academia Española “las ganas y necesidad de comer”; pero eso es una primera acepción, es decir, una sensación como un momento pasajero. Pero el hambre también se define como “la escasez de alimentos básicos para vivir, que causa miseria generalizada”. Esta es el hambre que humilla, que causa dolor; es el hambre que mata.

Más allá de las cifras sobre el número de pobres que hay en nuestro país, de los criterios (¿?) para medir la pobreza, de los proyectos de desarrollo y de todos los planes gubernamentales, el hecho categórico es que existen demasiados pobres en México.

Esos pobres, que carecen de los mínimos beneficios para comer, vestir, recibir educación, conservar la salud y a veces hasta la misma vida. Esos pobres que no tienen un empleo estable o justamente retribuido (muchos de ellos por no tener acta de nacimiento (identidad), o capacidad laboral); aquellos que se encuentran enfermos, abandonados, olvidados y en silencio; los que tienen que dejar su lugar de origen por falta de oportunidades; quienes padecen adicciones, los que padecen algún tipo de discapacidad o enfermedades crónicas-degenerativas; aquellos para quienes la calle es más segura que un hogar violento; los desnutridos, los ignorados. ¿A todos ellos que estaban incluidos (con condiciones) en este gran proyecto nacional, ya se les quitó el hambre, para que México quiera y pueda ayudar a los de fuera?

Estoy segura que el gobierno no ha entendido, que a los ciudadanos no puede tratarnos ni como un número, ni como un dato; sino como seres humanos, con rostro, nombre y apellidos (los que no tenemos el infortunio de carecer de identidad), personas que somos parte de la historia, de la política y del paisaje de este hermosos país.

Los pobres, los hambrientos, los marginados, ya no quieren acciones asistenciales, sino la solución del problema estructural, que produce su lamentable estado.

Urge que el gobierno tome con seriedad el tema de la pobreza y sus consecuencias, y lo asuma como -una prioridad para México-; no solo con fines partidistas, electorales, ni con el -egoísmo moral-, que producen los protagonismos exacerbados, que cubren el protocolo internacional, y le puedan aplaudir al presidente. Urge el bienestar común de todo el país, sin excepción. ¡Vale la pena reflexionarlo!

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