¿RELIGIÓN Y POLÍTICA?
Luz María Sánchez Rovirosa
El Estado mexicano es oficialmente
laico. La separación entre las instituciones religiosas y la administración
política de la nación, quedó consagrada en la Constitución de 1857,
y fue ratificada en la Constitución vigente. Esta disposición constitucional,
data de muchos, pero muchos años atrás, y el porqué de la “idea extrema” (que
tenemos que respetar), pues habría que preguntárselo a Don Benito Juárez. La
historia de nuestra patria hasta el día de hoy, todavía nos habla.
Es sabido
que el Estado no hace suya, ni convierte en oficial, ninguna de las religiones
existentes en la sociedad, aun cuando alguna de ellas sea mayoritaria dentro de
la comunidad de los ciudadanos; y por medio de la legalidad, tanto el Estado
como las diferentes denominaciones religiosas, tienen bien delimitadas sus
funciones atendiendo la misión de cada uno. Pero definitivamente la ley no
condiciona las colaboraciones de ambos, para compartir el mismo fin que es: “el
bien común”.
La sociedad necesita una religión políticamente
débil, pero moralmente fuerte y vigorosa en la vida social, ya que es
justamente la religión la que ha llenado la vida política con los principios
éticos que la hacen viable, porque la
política tendiente a la democracia, exige respeto, solidaridad y amor entre los
hombres. La vida política no es una forma de organización de dominio y de
poder. La vida política es una elección ética y un compromiso moral; es un
imperativo cotidiano de la responsabilidad que se tiene con y para el pueblo.
Y es por eso que hoy,
ante el muy visible cambio respecto a la vida social de la iglesia católica y
su estructura, con la llegada del papa Francisco al Vaticano, México necesite
sentar bases y reforzar relaciones tanto de Estado (política internacional),
como en la procuración del bien común.
Por lo tanto, que el
presidente Enrique Peña Nieto, haya asistido a la asunción de S.S. Francisco
para estrechar lazos que ayuden a México a reposicionarse en el mundo, sobre
todo en un país que tiene un número muy importante de fieles que profesan la fe
católica, no tiene que ser mal visto por nadie.
Enrique Peña Nieto en
sus primeros comentarios y “reflexiones”, después de su estancia (obligada) en
el Vaticano, señaló que entre la política social de la que habló el papa
Francisco, en la que reiteró la importancia de proteger a los más pobres,
marginados y vulnerables, y la política social que su -administración
pretende-, “hay coincidencias importantes”; y dijo que en México hay
prioridades de atención a estos temas “para lograr un México de paz, un México
incluyente, un México alejado de la pobreza y de la marginación”. Una
declaración aderezada con demagogia, pero acorde al momento vivido.
Es muy importante que el
presidente de nuestro país no pierda de vista que el papa Francisco tiene
inspiración Jesuita, una orden religiosa en la cual la humildad funda la base
de su quehacer pastoral, en lo cual, los católicos esperamos y estamos
esperanzados también, que este sea verdaderamente el camino por el que este
papado haga su apostolado y sus reformas a la iglesia humana.
La presencia de Peña
Nieto en una ceremonia de tal alta envergadura, reitero es una cuestión
política casi obligada para los jefes de estado que consideraron conveniente
para sus naciones representarlas en ese recinto. De importancia también sus
reuniones con los cardenales mexicanos, así como toda su actividad protocolaria
como presidente de México. Correcta también la compañía de su esposa y tal vez
hasta la colada de sus hijas; pero la presencia del séquito que llegó a Roma
con él o sin él, como su cola de novia es inconcebible.
¿Qué diablos tenía que
hacer en la ceremonia de inicio del ministerio petrino del nuevo obispo de Roma
Francisco, Miguel Ángel Mancera? ¿Está siendo confundido por las
circunstancias?
Un poco antes de partir
rumbo a Italia, (que nada tenía que hacer allá), el jefe de de gobierno de la
Ciudad de México comentó, que sería un gusto tener un encuentro con el papa
Francisco, a quien felicitaría por ser el primer papa Latinoamericano (háganme
el favor), y de ser posible lo invitaría a visitar la basílica de Guadalupe y a
la catedral Metropolitana. ¿Haber, entonces para qué está según Mancera Peña
Nieto; si el presidente anunció que invitó al papa Francisco a visitar México
lo antes posible, en una cortesía que fue considerada como una invitación
oficial? Increíble.
También como de adornos
o por gusto como Mancera, estuvieron presentes en la de repente
“importantísima” ceremonia católica, el secretario de Relaciones Exteriores
José Antonio Meade (ese todavía pasa) pero Luis Videgaray, que flautas tocaba
en el Vaticano, con la reforma energética y fiscal encima y los graves
problemas internos del país?
Más la subsecretaria de Asuntos
de Población, Migración y Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación,
Mercedes del Carmen Guillén Vicente (achacada por los eruditos como hermana del
subcomandante zapatista Marcos), que tampoco entendemos su presencia en ese
lugar, por más título religioso que tenga el puesto que ostenta. En fin como ya
es costumbre (a la mexicana), aunque sea en el ala del avión, la gente se
cuelga y aprovecha la paseada.
El Estado laico, desde la perspectiva de la toma de
decisiones, debe garantizar que el orden político tenga la libertad para
elaborar normas colectivas, sin que alguna religión o convicción particular
(religiosidad), domine las gestiones públicas.
Para concluir, existe
una diferencia enorme entre religión y religiosidad. La religión es universal,
la religiosidad es individual, y por lo tanto, diferente según la manera de ser de cada persona y de cada pueblo, y en
esto, no se pueden equivocar ni la Iglesia, ni el Estado. ¡Vale la pena
reflexionarlo!