jueves, 21 de marzo de 2013

¿RELIGIÓN Y POLÍTICA?

 
¿RELIGIÓN Y POLÍTICA?

 

Luz María Sánchez Rovirosa

 

 

El Estado mexicano es oficialmente laico. La separación entre las instituciones religiosas y la administración política de la nación, quedó consagrada en la Constitución de 1857, y fue ratificada en la Constitución vigente. Esta disposición constitucional, data de muchos, pero muchos años atrás, y el porqué de la “idea extrema” (que tenemos que respetar), pues habría que preguntárselo a Don Benito Juárez. La historia de nuestra patria hasta el día de hoy, todavía nos habla. 

Es sabido que el Estado no hace suya, ni convierte en oficial, ninguna de las religiones existentes en la sociedad, aun cuando alguna de ellas sea mayoritaria dentro de la comunidad de los ciudadanos; y por medio de la legalidad, tanto el Estado como las diferentes denominaciones religiosas, tienen bien delimitadas sus funciones atendiendo la misión de cada uno. Pero definitivamente la ley no condiciona las colaboraciones de ambos, para compartir el mismo fin que es: “el bien común”.

La sociedad necesita una religión políticamente débil, pero moralmente fuerte y vigorosa en la vida social, ya que es justamente la religión la que ha llenado la vida política con los principios éticos que la hacen viable, porque la política tendiente a la democracia, exige respeto, solidaridad y amor entre los hombres. La vida política no es una forma de organización de dominio y de poder. La vida política es una elección ética y un compromiso moral; es un imperativo cotidiano de la responsabilidad que se tiene con y para el pueblo.

Y es por eso que hoy, ante el muy visible cambio respecto a la vida social de la iglesia católica y su estructura, con la llegada del papa Francisco al Vaticano, México necesite sentar bases y reforzar relaciones tanto de Estado (política internacional), como en la procuración del bien común.

Por lo tanto, que el presidente Enrique Peña Nieto, haya asistido a la asunción de S.S. Francisco para estrechar lazos que ayuden a México a reposicionarse en el mundo, sobre todo en un país que tiene un número muy importante de fieles que profesan la fe católica, no tiene que ser mal visto por nadie.

Enrique Peña Nieto en sus primeros comentarios y “reflexiones”, después de su estancia (obligada) en el Vaticano, señaló que entre la política social de la que habló el papa Francisco, en la que reiteró la importancia de proteger a los más pobres, marginados y vulnerables, y la política social que su -administración pretende-, “hay coincidencias importantes”; y dijo que en México hay prioridades de atención a estos temas “para lograr un México de paz, un México incluyente, un México alejado de la pobreza y de la marginación”. Una declaración aderezada con demagogia, pero acorde al momento vivido.

Es muy importante que el presidente de nuestro país no pierda de vista que el papa Francisco tiene inspiración Jesuita, una orden religiosa en la cual la humildad funda la base de su quehacer pastoral, en lo cual, los católicos esperamos y estamos esperanzados también, que este sea verdaderamente el camino por el que este papado haga su apostolado y sus reformas a la iglesia humana.

La presencia de Peña Nieto en una ceremonia de tal alta envergadura, reitero es una cuestión política casi obligada para los jefes de estado que consideraron conveniente para sus naciones representarlas en ese recinto. De importancia también sus reuniones con los cardenales mexicanos, así como toda su actividad protocolaria como presidente de México. Correcta también la compañía de su esposa y tal vez hasta la colada de sus hijas; pero la presencia del séquito que llegó a Roma con él o sin él, como su cola de novia es inconcebible.

¿Qué diablos tenía que hacer en la ceremonia de inicio del ministerio petrino del nuevo obispo de Roma Francisco, Miguel Ángel Mancera? ¿Está siendo confundido por las circunstancias?

Un poco antes de partir rumbo a Italia, (que nada tenía que hacer allá), el jefe de de gobierno de la Ciudad de México comentó, que sería un gusto tener un encuentro con el papa Francisco, a quien felicitaría por ser el primer papa Latinoamericano (háganme el favor), y de ser posible lo invitaría a visitar la basílica de Guadalupe y a la catedral Metropolitana. ¿Haber, entonces para qué está según Mancera Peña Nieto; si el presidente anunció que invitó al papa Francisco a visitar México lo antes posible, en una cortesía que fue considerada como una invitación oficial? Increíble.

También como de adornos o por gusto como Mancera, estuvieron presentes en la de repente “importantísima” ceremonia católica, el secretario de Relaciones Exteriores José Antonio Meade (ese todavía pasa) pero Luis Videgaray, que flautas tocaba en el Vaticano, con la reforma energética y fiscal encima y los graves problemas internos del país?

Más la subsecretaria de Asuntos de Población, Migración y Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación, Mercedes del Carmen Guillén Vicente (achacada por los eruditos como hermana del subcomandante zapatista Marcos), que tampoco entendemos su presencia en ese lugar, por más título religioso que tenga el puesto que ostenta. En fin como ya es costumbre (a la mexicana), aunque sea en el ala del avión, la gente se cuelga y aprovecha la paseada.

El Estado laico, desde la perspectiva de la toma de decisiones, debe garantizar que el orden político tenga la libertad para elaborar normas colectivas, sin que alguna religión o convicción particular (religiosidad), domine las gestiones públicas.

Para concluir, existe una diferencia enorme entre religión y religiosidad. La religión es universal, la religiosidad es individual, y por lo tanto, diferente según la manera de ser de cada persona y de cada pueblo, y en esto, no se pueden equivocar ni la Iglesia, ni el Estado. ¡Vale la pena reflexionarlo!

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