LA
SEGURIDAD EN EL PAÍS, ¿NO ES PARA TODOS?
Luz María Sánchez
Rovirosa
“Es inútil buscar la seguridad detrás de barreras
geográficas. La seguridad real se encuentra sólo en la legislación y en la
justicia”. Harry Truman.
En medio de una depresión
económica consecuencia del incremento de los impuestos y del alza en los
precios de los productos de la canasta básica y de los que están fuera de la
canasta, con el empleo desplomado y la burla del aumento al salario, de quienes
no son togados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, diputados y
senadores o ejecutivos públicos y privados, surge para la clase privilegiada
(económicamente), una especie de apogeo en lo que pudiera ser llamado –la
industria de la seguridad—.
Hoy en día está de –moda- desde
la vigilancia privada, los vehículos blindados, alarmas, etcétera, hasta los
más sofisticados artefactos y accesorios para el mismo fin. Los innumerables servicios
tienen diferentes precios para los diferentes -niveles sociales y económicos-
que puedan sostener un gasto así.
Esta (hasta cierto punto
vergonzosa) situación, es el resultado de la inseguridad, que se ha convertido
en una de las tantas y principales preocupaciones de la sociedad mexicana; consecuencia
de una historia política de violencia, en la que la mentira, la sospecha y la
desconfianza han sido una constante con la que hemos tenido que aprender a luchar.
En la historia de la
humanidad, nos encontramos con el intento constante del hombre por dominar a
sus semejantes, a menudo en provecho propio. Este deseo de someter a los demás y al mismo tiempo el miedo a ser
sometido por los demás, es en muchas ocasiones la raíz de la mentira,
del fingimiento, del fraude, de la manipulación, de la demagogia política, y
por supuesto de la violencia.
La violencia es
indudablemente fruto de la injusticia,
y aun cuando cada día más personas se manifiestan en contra de esta
grave situación, la formación de
movimientos de agresión, delitos y crimen que provocan una acción represiva
cada vez más apremiante en la sociedad sin importar las consecuencias; se
convierte en un círculo vicioso
que va de la violencia la injusticia, la agresión, etc., a la reacción
de venganza, el rencor, el odio, la justicia por propia mano, y así sucesiva y eternamente,
sin que se vea solución alguna.
La violencia, es una palabra que ya debería estar fuera del contexto verbal de
nuestras vidas y es la acción que no debería convivir en la trama de una
sociedad civilizada; pero tristemente, por el contrario de lo que digan las
autoridades federales, estatales y municipales, cada día se incrementa y sigue
permeando en la sociedad como si fuera el único medio por el cual unos pocos se
hacen notar, mientras que la mayoría, indefensa, temerosa y dañada la sigue
padeciendo y la sigue aguantando.
Uno
de los resultados de la lucha del gobierno mexicano contra el narcotráfico, -supuestamente-
planeada para ofrecer mayor seguridad a los ciudadanos, desafortunadamente se
ha convertido en una fuente permanente de violencia e inestabilidad en varios
puntos del país. En algunos lugares, la violencia ha alcanzado niveles que
también resultan letales para la economía de estados y municipios como Michoacán,
Chiapas, Oaxaca, Guerrero y el puerto Acapulco, en los cuales la violencia es
parte de la vida cotidiana.
En este
país (como en muchos otros), hay marcas, cicatrices, huellas de desesperanza
que aparecen significativamente sobre los escenarios de su historia ordinaria, y
que hoy lo doblega una vez más al ver los retazos mal parchados de un gobierno
represivo, tan oscuro como lacerante, que se nombra a media voz, ya no tanto por
la censura del poder político, sino por la imposibilidad del lenguaje para
encontrar palabras adecuadas para expresar el dolor y la incertidumbre, ante
semejantes -ideas políticas-.
La violencia
(y que le quede claro al gobierno), no sólo son las muertes por el crimen
organizado o sin organizar, por los asaltos, los secuestros, los desaparecidos
o la guerrilla. Violencia son también las muertes por falta de atención médica,
por no tener acceso a los servicios de dignidad, a la educación; violencia son
las adicciones, la pobreza, la marginación, el tráfico de personas, de órganos,
la migración, la explotación sexual y laboral infantil, el hambre. Violencia es
la falta de progreso y del bien común, y la culpa la tenemos nosotros por
permitir que nos gobiernen (por conveniencia personal y no del bien común),
esta clase de personas. ¡Vale la pena reflexionarlo!
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