¿LOS
DE ABAJO?
Luz María Sánchez
Rovirosa
“No he de callar, por más
que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces
miedo” Francisco de Quevedo.
La violación de la
intimidad, de la dignidad y del respeto a la persona y a su vida, es una de las
manifestaciones del sombrío panorama que cada mañana, cerrando los ojos dejamos
pasar.
Una de las más dolorosas
pérdidas de nuestra época, a pesar de ser increíble en tecnología, en avances
de la ciencia y en confort; es la creciente ausencia del sentido de lo humano
con sus inevitables consecuencias, como la incapacidad de compasión, el egoísmo
y la desconfianza en los demás.
Desafortunadamente las
imágenes o escenas que se repiten hasta el cansancio, siempre terminan por
perder su efecto, y así habituados a ver tanta corrupción, tantos abusos,
tantas violaciones a los derechos humanos; tantos crímenes, secuestros,
decapitados, desaparecidos, ejecutados; tanta injusticia y tanta impunidad,
terminamos por acostumbrarnos, tanto así, que muchas veces podemos ser testigos
de las desgracias íntimas y del infortunio de los demás y quedarnos sumidos tal
vez por conveniencia, por no meternos en problemas o por muchas razones más, en
una patética insensibilidad.
Sale a colación esta breve
reflexión, ya que el pasado 15 del presente, día que se conmemora la
Independencia de México sobre el yugo de los españoles (con el famoso remix del
Grito de Dolores); se dio un hecho inédito, previo a la ceremonia en La Plaza
de la Constitución (Zócalo del Distrito Federal).
Dada la fuerte inseguridad (que permea por todo
el país), los protocolos de seguridad para acceder a la plancha del Zócalo y
disfrutar del espectáculo, fueron “tan” categóricos, que se explayaron hasta llegar
al cateo (manoseo) del –cuerpo policiaco-, hacia los cuerpecitos de los niños
asistentes (increíblemente con la venia de sus –padres-); que a todas luces resalta,
que no fue una medida ni correcta, ni legal.
México desafortunadamente
tiene perfil, como uno de los países en los que más violencia se ejerce contra
los niños, niñas y adolescentes y, que pese a las altas cifras de violaciones a
los derechos de esta población, aun no existe un sistema integral de protección
a la infancia como un fin superior, tal como lo exige –La Convención Mundial
sobre los Derechos de los Niños-, la cual cuenta (entre muchos países) con la
ratificación de México.
Y uno se pregunta ¿Qué
estarían buscando los elementos de la policía y la –egregia- gendarmería, entre
las prendas (hasta las íntimas) y las carreolas de los niños? La respuesta es
obvia, nada que pudiera quebrantar la paz pública o la paz del balcón de -los
de arriba-.
Y hablando de “los de
arriba”, “Los de Abajo” de Mariano Azuela, es una novela situada en los
albores de la Revolución Mexicana, “en
un momento de confusión, de heroísmo ciego, de pasión desenfrenada”
(Introducción a de la novela, por Antonio Castro Leal); y cuenta la historia de
Demetrio Macías (protagonista), cabecilla de una veintena de hombres, que
habían huido a las montañas asediados por los federales, y que a lo largo de la
novela va adquiriendo mayor poder.
En la historia, Mariano Azuela juega con el título de su novela “Los de
abajo”; quienes podrían identificarse con los pobres, los marginados, los
exiliados, las autodefensas o los revolucionarios, los cuales curiosamente se
encuentran ubicados arriba, en las montañas, desde donde pueden ver a los
federales como juguetes; pero los federales, no los pueden ver a ellos.
Para Dios todos
somos iguales, con los mismos derechos y los mismos deberes. Exactamente para el
Ejecutivo ¿cuál será la diferencia entre los de arriba y los de abajo? ¿Será la
jerarquía laboral? ¿Será entre inteligentes y tontos? ¿Capaces o incapaces?
¿Entre políticos o comunes y corrientes? ¿Será entre santos y laicos? ¿Entre
moros y cristianos? O la cuestión será ¿entre ricos y pobres?
No es de sabios
menospreciar, la soberbia no conduce a nada bueno. Con todo respeto, creo que el
gobierno tiene que buscar y encontrar su brújula lo antes posible, no vaya a
ser que los de abajo, los estén mirando desde arriba. ¡Vale la pena
reflexionarlo!
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