¿ARMONÍA O BARBARIE?
Luz
María Sánchez Rovirosa
“Estamos en
este mundo para convivir en armonía. Quienes lo saben no luchan entre sí.” Buda
¿Qué
nos sucedió? ¿Cuándo nos sucedió? ¿Por qué nos sucedió? Es la pregunta que nos
hacemos la mayoría de los mexicanos, al ser testigos y muchas veces parte de
toda esta violencia desatada, de la injusticia social, de todo este miedo y de
esta angustia que nos está consumiendo.
En
un lugar tan delicado como lo es el estado de Guerrero, con los hechos
sangrientos de violencia rebasada y hecho un desastre ¿cómo aguantaremos seguir
sobreviviendo, con un gobierno tan –dogmático- como el del gobernador
improvisado Rogelio Ortega Martínez?
Suficiente
tiempo hemos tenido desde las pasadas administraciones, hasta los graves
acontecimientos de hoy en día, para percatarnos de que éste es un gobierno
ausente, un gobierno insensible a la desgracia humana; un gobierno que por
supuesto no es tolerante, que minimiza; un gobierno totalmente inclinado a
procurar el bienestar personal; un gobierno prematuramente aburrido de la gente
y sus problemas. En fin, un gobierno desatento de sus obligaciones, del
desorden y del dolor ajeno.
Hoy
ante la barbarie que carcome el estado, existe un fuerte sentimiento que
provoca desconfianza, irritación y hartazgo, motivado por el desencanto ante
las enormes expectativas y los pobres resultados, por el hastío hacia la
partidocracia y sus políticos arribistas, que nos arrebatan las oportunidades
por el escándalo de la corrupción y la impunidad; por el dispendio en gastos
inútiles cuando hay tanta necesidad; por la ausencia de propuestas reales que
por supuesto sabemos, no se cumplirían.
Ante las alarmantes
declaraciones del gobernador Rogelio Ortega Martínez en reiteradas ocasiones,
acerca de entregar a su sucesor Héctor Astudillo Flores, un estado “en armonía
y paz”; el día de ayer (después de la barbarie de Chilpancingo), vuelve a decir,
que para el tramo que le queda como gobernador, -seguirá trabajando en la ruta
de la armonía-.
Hablar,
pero sobre todo vivir y convivir en armonía, se sustenta en la autenticidad de
condiciones sociales y económicas justas. Sin ellas, desafortunadamente, el
anhelo de vivir en armonía, puede ser utilizado para preservar dolorosas
situaciones de injusticia, como en este caso.
La armonía
y la paz no pueden nunca tolerar la injusticia, ni ignorar cambios sociales lamentables;
por el contrario, para preservar la armonía y alcanzar la paz, se debe encarar
con sabiduría, coraje y honestidad, aquello que genera la desunión, que agrava los
antagonismos, y que promueve todo tipo de violencia física o moral.
Pero
este caos, no solo es problema de autoridades y funcionarios advenedizos,
incapaces, corruptos y negligentes. Lo es también de una sociedad que descuida (sin
justificación) la política de su país, de su estado, de su municipio e incluso
de su comunidad; una sociedad que siempre está en peligro, pues en lugar de
avanzar hacia una vida digna para todos sin excepción, camina hacia la
barbarie, en la cual a casi nadie le importa el prójimo, ni tampoco le importan
las leyes, la seguridad pública y social, el desarrollo, la educación, la
cultura, el medio ambiente, el trabajo, las libertades, los derechos y los
deberes, en suma, no le importa la convivencia auténticamente humana y por ende
armónica siempre encaminada hacia el bienestar común.
Barbarie
es la actuación, la actitud, el estado o la condición de quien habla un
lenguaje (incluyendo el corporal), absolutamente contrario al de las exigencias
morales, de la ley, la honestidad, de la armonía, de la paz y de la realidad
humana.
Entonces
podemos entender que quien practica la barbarie, no son simplemente los que
violan el orden; sino quienes llegan a extremos de maldad, que los hacen
parecer desprovistos de la condición humana.
Y
uno aterrado y atónito se pregunta: ¿Quién o quiénes hacen más daño al mundo? ¿Los
que se acomodan frente a la -perversidad refinada- y desde allí pisotean al
hombre con los mejores modos, casi sin mancharse por la “exquisita” corrupción
que ejercen? ¿O quienes desde la opulencia se manifiestan indiferentes a las
víctimas sobre las cuales se alzan; pero que sin duda alguna asumen el papel de
buenos, y son legitimados por sus roedores y hambrientos vasallos? ¿O la figura
de los llamados bárbaros, que sin justificación por la violencia de su actuar,
arrasan sin miramientos lo que a su paso encuentran, para tratar de desnudar a
los hediondos tiranos y avanzar hacia la historia? ¡Vale la pena reflexionarlo!
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