EL
DECÁLOGO
Luz María Sánchez
Rovirosa
“La violencia es el último
recurso del incompetente” Isaac Asimov.
Para juzgar la situación
actual, hay que empezar por entender el comportamiento de la política económica
y social (para no ir más lejos) desde el gobierno de Felipe Calderón (PAN),
hasta nuestros días con Enrique Peña Nieto (PRI) y poner en una balanza sus
luces y sus sombras en relación a la cruenta guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado desde que
se abrió “La Caja de Pandora”; y hoy específicamente la intervención ante la
ONU, del Ejecutivo mexicano, con un –trillado decálogo- (como tantos otros)
para tratar de “controlar” este flagelo que nos tiene sumidos en un abismo,
iniciando con su postura de luz verde en la legalización de la mariguana, para
su uso médico y de investigación.
Justo el dar luz verde para
clarificar la legislación mexicana en dicha materia; no tiene por qué hacernos suponer
que en México se vaya a emprender realmente un viraje en sus esfuerzos, por
controlar el tráfico ilegal de drogas (en plural); y vale mucho la pena
reflexionar profundamente, en cada uno de -los 10 mandamientos- presentados en
estos días ante la ONU.
¿Por qué el pensamiento tan
escéptico sobre lo mismo de siempre? Solo basta mirar sin disimulo la cruel
realidad: somos testigos de cómo se escapan, se dejan en libertad, caen y
vuelven a caer los líderes de los grupos, carteles o bandas de
narcotraficantes, y vemos como en un cerrar y abrir de ojos, nuevamente se
reagrupan alrededor de otros guías o emergen como “La Medusa” unos nuevos, de
nuevos grupos o grupúsculos.
En el mismo orden de ideas
lo que resulta preocupante también y a grado extremo (porque no está incluido
en el decálogo), es ver como “muchos” funcionarios (incluyendo los de primer
nivel), -antes discretos-, con tal cinismo se han corrompido; al igual que la
Gendarmería, la Policía Federal, Estatal, Municipal, Turística (o como se
llamen dichas agrupaciones); además del gran miedo que se nota (de una forma o
de otra) le tienen a los enfrentamientos y a las balas de los asesinos, ya que
siempre o casi siempre llegan tarde a la acción, que no es premeditada.
¿Qué
sucedió? ¿Qué falló en el cálculo de las autoridades? En un país con un
gobierno tan frágil y vulnerable como el nuestro, una política de intervención
antidrogas agresiva tiende a exacerbar y multiplicar la violencia, ya que las
grandes organizaciones criminales de México tienen una gran capacidad de represalia
cuando son atacadas o amenazadas, al grado de fragmentarse, lamentablemente dispersando
geográficamente los focos de violencia.
Esta
debilidad y su incapacidad para el combate de las drogas frente al crimen
organizado, tiene su raíz en la corrupción y la impunidad que impiden el
desarrollo económico y social, es decir, el bien común, tanto así, que cada día
un extenso grupo de personas en situación de pobreza, tome la opción de
emplearse con el crimen organizado como única vía para mejorar su condición,
incrementando la violencia.
Hoy los empresarios (por lo
menos en Acapulco) deciden armarse en virtud de -no tener ninguna seguridad, de
tener seguridad-. Y entonces nosotros los rasos una y otra vez nos preguntamos:
¿Cuándo nos toca?, porque este círculo vicioso de –violencia por violencia-,
parece que no se va a cerrar nunca.
¿Será que México está
condenado a seguir repitiendo las políticas equivocadas del pasado? Desde la
ONU las alternativas además de la legalización de la mariguana
(médico-científico) son un demagógico decálogo en el cual sin duda alguna al
gobierno de Peña Nieto le convendría verdaderamente equilibrar y atender la
razón de que el que el abuso de las drogas (demanda-consumo), es tanto un grave
problema de salud pública, así como de justicia criminal.
Todas las drogas son una
tragedia para quienes las consumen y para su entorno familiar; pero el
criminalizarlas indiscriminadamente hasta el grado de desatar una guerra que no
ha parado, ha sido una desgracia y un desastre de grandes magnitudes para la
política, la sociedad y la economía de México. ¡Vale la pena reflexionarlo!
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