“DON
MANUEL”
Luz María Sánchez
Rovirosa
“Dios siempre perdona, el
hombre a veces; pero la naturaleza nunca”.
Los humedales son hábitats protegidos y están
calificados como delicados. Son lugares sumamente inestables, sobre los que no
se aconseja la construcción, especialmente aquellas edificaciones que provoquen
residuos contaminantes y/o peligrosos.
Un humedal es exactamente la zona de transición entre el
medio acuático y el medio terrestre que la circunda. También se conoce como la
zona cambiante en cuanto a sus niveles y áreas de influencia, particularmente
entre lluvias y sequias.
Querer ganarle tierra al humedal con rellenos y
escombros, es convertir la naturaleza en un problema de orden social. La
mayoría de las zonas en Acapulco que padecen por las inundaciones en épocas de
intensas lluvias y ciclones, son precisamente porque están construidas
indebidamente sobre humedales y manglares, y amén del grave deterioro que
provocan a la biodiversidad de esas superficies, cantidad de viviendas sufren las
consecuencias del agua pluvial y tienen graves afectaciones en estos tiempos.
En el estado de Guerrero y en Acapulco, donde existen
grandes zonas de humedales y manglares, se hace necesario y de manera urgente,
tomar medidas legislativas que ayuden a delimitarlos y no permitir más
construcciones, sobre todo de casa habitación.
Las autoridades aquí en el puerto, que desafortunadamente
dieron más licencias de edificación en esas áreas, fueron Alberto López Rosas y
Zeferino Torreblanca (aun cuando los demás tienen su muy buena intromisión en
el tema), quienes abrieron las puertas a la saturación de condóminos -de lujo-
y de otro Acapulco, otra ciudad en aquella zona denominada Diamante, sin
importarles la conservación de la flora y la fauna, pensando siempre en el
potencial económico para generar actividades –productivas-, sin poner en riesgo
-su supervivencia-, y no la de los demás.
El pasado viernes en la
noche, ya se empezaban a sentir los fuertes vientos de Manuel, que raudo se
desplazaba hacia las costas surianas del Océano Pacífico; anunciada como una de
tantas tormentas que se presentan cada año por esta época, precisamente llamada
-tiempo de ciclones-. Pero al mismo tiempo la noticia que atraía la atención, era
la del Huracán categoría 1 Ingrid, que coqueteaba con Manuel, desde el otro
lado, es decir, desde el Océano Atlántico.
Nada nos avisaba, no había
alerta que previniera la presencia de un fenómeno que tuviera tanta potencia y pudiera
afectar trágicamente a la población. Nadie se imaginó (tristemente después de
la experiencia vivida por el Huracán Paulina hace 16 años), que al despertar
(quienes pudimos hacerlo) y después de haber sentido durante la madrugada del
sábado 13 de septiembre, esas rachas de viento con torrentes de agua; que nuevamente
hubieran golpeado despiadadamente al estado de Guerrero y al puerto de Acapulco
(otrora la perla del Pacífico), y se encontraran semi destruidos, luego de que
grandes corrientes pluviales, piedras de muchas toneladas, tierra desgajada y
arrastrada, cayeran devastando todo lo que encontraban a su paso.
¿Cuántos días antes, las
autoridades (locales) estaban informadas que por la conjunción de los dos
fenómenos, el país sería atacado de manera histórica, y pudieran haber
prevenido esta tragedia?
¿Qué es lo que primero van a
hacer las autoridades después de la devastación? Como siempre, un recuento de
los daños y nuevamente un censo de los asentamientos que se encuentran en zonas
de riesgo, los cuales, ellos sin ningún pudor permiten; y que como siempre,
dejan constancia de la rapiña y abandono gubernamental.
No existen simulacros de
evacuación en las colonias y zonas de alto riesgo (que en principio no deberían
estar allí), muchas escuelas han dejado de ser (por nombramiento) -refugios
temporales-, tal vez por no tener seguridad en sus instalaciones (otro grave
problema), y hace decenas de años que las autoridades (en turno), no han tenido
voluntad para llevar a cabo acciones decididas para desalojar las viviendas que
se asientan en cinturones muy peligrosos. Muy por el contrario al paso del
tiempo, han aumentado.
Pero el más grave problema
es que la gente olvida, parece que no existe la memoria, pasan los años y no se
guarda el recuerdo de las tragedias anteriores, de las cuales mucho, pero mucho,
tendríamos que aprender.
El peligro siempre será
inminente, ya que la pérdida de la memoria colectiva junto con la eterna omisión
de las autoridades, no permitirá advertir con tiempo, la magnitud de estos
fenómenos naturales, los cuales sí nos avisan, cómo y de qué forma llegarán.
Como diría Octavio Paz,
quien calificó la pérdida de la memoria colectiva, como “un fenómeno
psicológico y social de extraordinaria complejidad; en el cual al perder la
noción del pasado, se pierde la noción de la sensibilidad en el presente” ¡Vale
la pena reflexionarlo!
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