miércoles, 18 de septiembre de 2013

"DON MANUEL"




 
“DON MANUEL”

Luz María Sánchez Rovirosa

“Dios siempre perdona, el hombre a veces; pero la naturaleza nunca”. 

Los humedales son hábitats protegidos y están calificados como delicados. Son lugares sumamente inestables, sobre los que no se aconseja la construcción, especialmente aquellas edificaciones que provoquen residuos contaminantes y/o peligrosos.

Un humedal es exactamente la zona de transición entre el medio acuático y el medio terrestre que la circunda. También se conoce como la zona cambiante en cuanto a sus niveles y áreas de influencia, particularmente entre lluvias y sequias.

Querer ganarle tierra al humedal con rellenos y escombros, es convertir la naturaleza en un problema de orden social. La mayoría de las zonas en Acapulco que padecen por las inundaciones en épocas de intensas lluvias y ciclones, son precisamente porque están construidas indebidamente sobre humedales y manglares, y amén del grave deterioro que provocan a la biodiversidad de esas superficies, cantidad de viviendas sufren las consecuencias del agua pluvial y tienen graves afectaciones en estos tiempos.

En el estado de Guerrero y en Acapulco, donde existen grandes zonas de humedales y manglares, se hace necesario y de manera urgente, tomar medidas legislativas que ayuden a delimitarlos y no permitir más construcciones, sobre todo de casa habitación.

Las autoridades aquí en el puerto, que desafortunadamente dieron más licencias de edificación en esas áreas, fueron Alberto López Rosas y Zeferino Torreblanca (aun cuando los demás tienen su muy buena intromisión en el tema), quienes abrieron las puertas a la saturación de condóminos -de lujo- y de otro Acapulco, otra ciudad en aquella zona denominada Diamante, sin importarles la conservación de la flora y la fauna, pensando siempre en el potencial económico para generar actividades –productivas-, sin poner en riesgo -su supervivencia-, y no la de los demás.

El pasado viernes en la noche, ya se empezaban a sentir los fuertes vientos de Manuel, que raudo se desplazaba hacia las costas surianas del Océano Pacífico; anunciada como una de tantas tormentas que se presentan cada año por esta época, precisamente llamada -tiempo de ciclones-. Pero al mismo tiempo la noticia que atraía la atención, era la del Huracán categoría 1 Ingrid, que coqueteaba con Manuel, desde el otro lado, es decir, desde el Océano Atlántico.

Nada nos avisaba, no había alerta que previniera la presencia de un fenómeno que tuviera tanta potencia y pudiera afectar trágicamente a la población. Nadie se imaginó (tristemente después de la experiencia vivida por el Huracán Paulina hace 16 años), que al despertar (quienes pudimos hacerlo) y después de haber sentido durante la madrugada del sábado 13 de septiembre, esas rachas de viento con torrentes de agua; que nuevamente hubieran golpeado despiadadamente al estado de Guerrero y al puerto de Acapulco (otrora la perla del Pacífico), y se encontraran semi destruidos, luego de que grandes corrientes pluviales, piedras de muchas toneladas, tierra desgajada y arrastrada, cayeran devastando todo lo que encontraban a su paso.

¿Cuántos días antes, las autoridades (locales) estaban informadas que por la conjunción de los dos fenómenos, el país sería atacado de manera histórica, y pudieran haber prevenido esta tragedia?

¿Qué es lo que primero van a hacer las autoridades después de la devastación? Como siempre, un recuento de los daños y nuevamente un censo de los asentamientos que se encuentran en zonas de riesgo, los cuales, ellos sin ningún pudor permiten; y que como siempre, dejan constancia de la rapiña y abandono gubernamental.

No existen simulacros de evacuación en las colonias y zonas de alto riesgo (que en principio no deberían estar allí), muchas escuelas han dejado de ser (por nombramiento) -refugios temporales-, tal vez por no tener seguridad en sus instalaciones (otro grave problema), y hace decenas de años que las autoridades (en turno), no han tenido voluntad para llevar a cabo acciones decididas para desalojar las viviendas que se asientan en cinturones muy peligrosos. Muy por el contrario al paso del tiempo, han aumentado.

Pero el más grave problema es que la gente olvida, parece que no existe la memoria, pasan los años y no se guarda el recuerdo de las tragedias anteriores, de las cuales mucho, pero mucho, tendríamos que aprender.

El peligro siempre será inminente, ya que la pérdida de la memoria colectiva junto con la eterna omisión de las autoridades, no permitirá advertir con tiempo, la magnitud de estos fenómenos naturales, los cuales sí nos avisan, cómo y de qué forma llegarán.

Como diría Octavio Paz, quien calificó la pérdida de la memoria colectiva, como “un fenómeno psicológico y social de extraordinaria complejidad; en el cual al perder la noción del pasado, se pierde la noción de la sensibilidad en el presente” ¡Vale la pena reflexionarlo!

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