¿REFORMA
FISCAL? LA POSIBLE
Luz María Sánchez
Rovirosa
“El hombre justo no es
aquel que no comete injusticias, sino aquel, que pudiendo ser justo no quiere
serlo”.
El impuesto es eso, algo que
se impone y por lo mismo, nunca ha sido del agrado del ciudadano pagarlo. En
ningún país del mundo pagar impuestos es fácil y México no es la excepción;
pero cumplir con ellos como nos lo pide el deber, siempre abona al bien común.
Por desgracia, la fórmula de qué y cómo recaudar, así como la de cómo y en qué utiliza
el gobierno ese gasto, es lo que genera conflictos, molestia, desconfianza,
pero sobre todo evasión de los ciudadanos.
Las primeras manifestaciones
de tributación en México, de acuerdo con un escrito de la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público, aparecen en los códices aztecas. De allí los
impuestos han pasado por una serie de vaivenes históricos, que se fueron
refinando hasta llegar a lo patológico, como en el caso de Antonio López de
Santa Anna, quien decretó una contribución de un real por cada puerta, y cuatro
centavos por cada ventana de las casas. Decretó, también, un impuesto de dos
pesos mensuales por cada caballo gordo y un peso por cada caballo flaco;
además, un peso al mes por la posesión de cada perro. Ocurrencia similar hoy la
de Luis Videgaray con las mascotas y sus alimentos.
Así que
hablar de los impuestos, es hablar de una amplia gama de posibilidades
financieras para la recaudación, según el criterio, juicio sensatez, norma,
pauta, canon, concepto, o las ocurrencias de cada administración. Pero los
tributos son sin duda alguna, uno de los temas más importantes y más escabrosos
de cualquier gobierno en turno, pues es a través de ellos, como se obtienen la
mayoría de los ingresos públicos para costear las necesidades colectivas del país.
La capacidad de pago de los
impuestos, debería ser un principio fundamental basado en criterios de equidad
y de justicia distributiva para atender las cargas públicas; pero
desafortunadamente y aterrizando en la
realidad de nuestros tiempos, cualquier combinación de los impuestos y aumento
en los ya existentes, definitivamente tendrá un “efecto nefasto”, sobre la ya
mermada economía de la clase media, quien es el desangrado contribuyente
cautivo.
Reflexionando, una verdadera
reforma fiscal, no deba ser la que más convenga al gobierno, sino la que sea
posible para el pueblo. Una reforma que se base no en cobrar -más caros- los
impuestos a los contribuyentes cautivos, sino en lograr que paguen los que no
lo hacen.
Lo que vemos en este “intento”
de reforma fiscal es el reflector por medio del protagonismo gubernamental, de
crear proyectos sociales de alto impacto político como el seguro de desempleo y
la pensión universal, sin tomar en cuenta la el costo que esta medida, pueda
impactar a las insanas finanzas públicas. Por eso, más que visible a los ojos
de las autoridades, una verdadera reforma fiscal (o hacendaria), es la que debe
ampliar la base de contribuyentes, ya que existen en este momento aproximadamente
29 millones de mexicanos que viven en la informalidad, y a quienes Enrique Peña
Nieto les brinda un sinfín de incentivos para traspasar la puerta de la
formalidad; lo cual me parece muy injusto, ya que con esa flexibilidad, mil
veces preferirán quedarse evadiendo impuestos, que los pocos beneficios que
pagarlos, les traerá.
Por esta grave razón (además
de sacrificar a los ciudadanos cautivos). En México nuestra recaudación es por
demás raquítica, en comparación con otros países quizá más prósperos, pero
quizá no. En nuestro país el gobierno federal apenas recauda (cuando nos va muy
bien) el 11%, y en otros países, la recaudación llega a ser en promedio, del 30
al 49% de su Producto Interno Bruto (PIB).
Nuestra conciencia cívica
nos dice, que pagar impuestos es un deber, pero desafortunadamente no siempre
los mexicanos (cautivos) percibimos que esas contribuciones (obligatorias) sean
algo que le dé mayores beneficios a México y en consecuencia a los mexicanos.
Incapaces las autoridades de
escuchar cualquier argumento que no sea el suyo, se dedican a compensar sus
fallas recaudatorias con el uso irracional de nuestro recurso agotable y no
bienamado petróleo, para mantener un aparato burocrático fijo y en constante
aumento, pero escasamente productivo, y con un valor agregado bastante
cuestionable.
Así como cada vez que se les
da la gana, las autoridades modifican la Constitución (según ellos en favor de
nuestra democracia), así cada sexenio se modifica el sistema tributario, pero
siempre al principio y al final, -como el monje loco-, “nadie sabe, nadie
supo”, en que se usan nuestros impuestos, si no existe ni siquiera, una
transparencia fiscal real.
¡Cómo podremos llegar a
construir un país próspero y sin violencia? ¿Quién se atreve a imponer una
convivencia pacífica a una sociedad (no toda), que no practica un código de
ética social, ni profesional? ¿Qué futuro podemos esperar de este gobierno, que
no respeta a la sociedad y sus necesidades? ¡Vale la pena reflexionarlo!
Coincido en los aspectos generales de los impuestos, en mi opinión la reforma fiscal si tiene un propósito social. Pensiones y servicio médico universal es un derecho incumplido, no reflector. Eliminar privilegios no tiene discusión, así ha multiplicado obscenamente su riqueza un pequeño grupo de gente. De qué otra manera puedes hacer que la informalidad se adhiera a la ley sino con incentivos. La iniciativa privada debe mucho al país y muchas veces no arriesga lo necesario para ofrecer empleos, productividad y mercado. Tengo también muchas preguntas y no estoy de acuerdo con varios planteamientos, lo importante es que la reforma esté bien estructurada (no lo dudo) y con un objetivo de equidad y bien común.
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