miércoles, 11 de septiembre de 2013

¿REFORMA FISCAL? LA POSIBLE



 
¿REFORMA FISCAL? LA POSIBLE

Luz María Sánchez Rovirosa

“El hombre justo no es aquel que no comete injusticias, sino aquel, que pudiendo ser justo no quiere serlo”.

 

El impuesto es eso, algo que se impone y por lo mismo, nunca ha sido del agrado del ciudadano pagarlo. En ningún país del mundo pagar impuestos es fácil y México no es la excepción; pero cumplir con ellos como nos lo pide el deber, siempre abona al bien común. Por desgracia, la fórmula de qué y cómo recaudar, así como la de cómo y en qué utiliza el gobierno ese gasto, es lo que genera conflictos, molestia, desconfianza, pero sobre todo evasión de los ciudadanos.

Las primeras manifestaciones de tributación en México, de acuerdo con un escrito de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, aparecen en los códices aztecas. De allí los impuestos han pasado por una serie de vaivenes históricos, que se fueron refinando hasta llegar a lo patológico, como en el caso de Antonio López de Santa Anna, quien decretó una contribución de un real por cada puerta, y cuatro centavos por cada ventana de las casas. Decretó, también, un impuesto de dos pesos mensuales por cada caballo gordo y un peso por cada caballo flaco; además, un peso al mes por la posesión de cada perro. Ocurrencia similar hoy la de Luis Videgaray con las mascotas y sus alimentos.

Así que hablar de los impuestos, es hablar de una amplia gama de posibilidades financieras para la recaudación, según el criterio, juicio sensatez, norma, pauta, canon, concepto, o las ocurrencias de cada administración. Pero los tributos son sin duda alguna, uno de los temas más importantes y más escabrosos de cualquier gobierno en turno, pues es a través de ellos, como se obtienen la mayoría de los ingresos públicos para costear las necesidades colectivas del país.

La capacidad de pago de los impuestos, debería ser un principio fundamental basado en criterios de equidad y de justicia distributiva para atender las cargas públicas; pero desafortunadamente y aterrizando en la realidad de nuestros tiempos, cualquier combinación de los impuestos y aumento en los ya existentes, definitivamente tendrá un “efecto nefasto”, sobre la ya mermada economía de la clase media, quien es el desangrado contribuyente cautivo.

Reflexionando, una verdadera reforma fiscal, no deba ser la que más convenga al gobierno, sino la que sea posible para el pueblo. Una reforma que se base no en cobrar -más caros- los impuestos a los contribuyentes cautivos, sino en lograr que paguen los que no lo hacen.

Lo que vemos en este “intento” de reforma fiscal es el reflector por medio del protagonismo gubernamental, de crear proyectos sociales de alto impacto político como el seguro de desempleo y la pensión universal, sin tomar en cuenta la el costo que esta medida, pueda impactar a las insanas finanzas públicas. Por eso, más que visible a los ojos de las autoridades, una verdadera reforma fiscal (o hacendaria), es la que debe ampliar la base de contribuyentes, ya que existen en este momento aproximadamente 29 millones de mexicanos que viven en la informalidad, y a quienes Enrique Peña Nieto les brinda un sinfín de incentivos para traspasar la puerta de la formalidad; lo cual me parece muy injusto, ya que con esa flexibilidad, mil veces preferirán quedarse evadiendo impuestos, que los pocos beneficios que pagarlos, les traerá.

Por esta grave razón (además de sacrificar a los ciudadanos cautivos). En México nuestra recaudación es por demás raquítica, en comparación con otros países quizá más prósperos, pero quizá no. En nuestro país el gobierno federal apenas recauda (cuando nos va muy bien) el 11%, y en otros países, la recaudación llega a ser en promedio, del 30 al 49% de su Producto Interno Bruto (PIB).

Nuestra conciencia cívica nos dice, que pagar impuestos es un deber, pero desafortunadamente no siempre los mexicanos (cautivos) percibimos que esas contribuciones (obligatorias) sean algo que le dé mayores beneficios a México y en consecuencia a los mexicanos.

Incapaces las autoridades de escuchar cualquier argumento que no sea el suyo, se dedican a compensar sus fallas recaudatorias con el uso irracional de nuestro recurso agotable y no bienamado petróleo, para mantener un aparato burocrático fijo y en constante aumento, pero escasamente productivo, y con un valor agregado bastante cuestionable.

Así como cada vez que se les da la gana, las autoridades modifican la Constitución (según ellos en favor de nuestra democracia), así cada sexenio se modifica el sistema tributario, pero siempre al principio y al final, -como el monje loco-, “nadie sabe, nadie supo”, en que se usan nuestros impuestos, si no existe ni siquiera, una transparencia fiscal real.

¡Cómo podremos llegar a construir un país próspero y sin violencia? ¿Quién se atreve a imponer una convivencia pacífica a una sociedad (no toda), que no practica un código de ética social, ni profesional? ¿Qué futuro podemos esperar de este gobierno, que no respeta a la sociedad y sus necesidades? ¡Vale la pena reflexionarlo!

1 comentario:

  1. Coincido en los aspectos generales de los impuestos, en mi opinión la reforma fiscal si tiene un propósito social. Pensiones y servicio médico universal es un derecho incumplido, no reflector. Eliminar privilegios no tiene discusión, así ha multiplicado obscenamente su riqueza un pequeño grupo de gente. De qué otra manera puedes hacer que la informalidad se adhiera a la ley sino con incentivos. La iniciativa privada debe mucho al país y muchas veces no arriesga lo necesario para ofrecer empleos, productividad y mercado. Tengo también muchas preguntas y no estoy de acuerdo con varios planteamientos, lo importante es que la reforma esté bien estructurada (no lo dudo) y con un objetivo de equidad y bien común.

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