¿ACAPULCO
PUEDE ESTAR DE PIE?
Luz María Sánchez
Rovirosa
“Si asumimos una actitud de
humildad, crecerán nuestras cualidades” Dalai Lama.
Tenemos
bien presente (porque cada día se nos recuerda), que Luis Walton recibió (hace
poco más de un año), un Ayuntamiento -sin liquidez para cumplir-, es decir, un
Acapulco de 10 sin el uno. Sabíamos que recibía una alcaldía severamente
endeudada y con una grave crisis financiera, que ha ido en aumento.
Esas fueron
las trabas de inicio, pero sería bueno recordar también, que cuando Luis Walton
decidió contender por cuarta ocasión por la presidencia municipal de Acapulco
(por la ambición del poder, y en vía de la gubernatura), él sabía perfectamente
bien la clase de toro que tenía enfrente, y aun así quiso entrarle a la
corrida.
El presidente
municipal y los fantasmas a su lado, se comprometieron a -trabajar por Acapulco-;
cumplir con su compromiso ante la comunidad y ser transparentes en el
manejo de lo que suponía, sería sólo en el principio los escasos recursos
públicos. Pero hoy, lamentablemente vemos que aquellas palabras y aquellos
escasos recursos, se borraron.
Así
que en el inicio continuado, había con sinceridad un pronóstico de una nueva
era para un Acapulco lacerado, del cual el anterior alcalde, el anterior
gobernador y el actual ídem, sin ningún disimulo dejaron y están dejando al
puerto batallando con una seria crisis financiera, una espantosa inseguridad y
un deterioro lastimoso de la ciudad. Y viendo las cosas en el estado en que
están sin que Walton y su corte sepan qué hacer, tendrán que pasar muchos años,
y muchos otros -alcaldes inteligentes-, para devolverle la dignidad al puerto y
a su gente.
Vemos
a Acapulco en el deterioro que se encuentra, esperando un Acabús que parece no
llegar, mientras se rompe (una y otra vez) el concreto hidráulico, conectan y
desconectan los tubos de agua, que deja sin el vital líquido a miles de hogares
(hasta por 4 meses consecutivos) y después parchan con un material de ínfima
calidad sin que a ninguna autoridad se le antoje explicarnos absolutamente nada
al respecto; así como las cloacas recién puestas pero ya sin tapa (más de un
mes), que son un peligro mortal. Monumentos y esculturas que de la noche a la
mañana desaparecen, los camellones desvencijados, y con unos bodoques salidos
(para el paso peatonal (¿?)), que han sido culpables de cientos de golpes y
ponchaduras de llantas. Sintiendo una desolación inmensa al ver lo que otrora
fue el Centro de Convenciones de Acapulco, en la profunda oscuridad, de un
hermoso lugar convertido en un pueblo fantasma.
Y ante
toda esta atrocidad, me asalta la duda de que no tengamos una nueva oportunidad
de ver un cambio y por ende progreso. La pregunta se me atora en la garganta
porque quiero, quiero de verdad ser optimista pero francamente no puedo ¿Cómo
pretendemos un cambio, si para renovar se necesita precisamente un cambio? Y con
todo respeto en Guerrero y en Acapulco hemos sido testigos que los escombros se
reciclan una y otra vez, es decir, vemos exactamente las mismas y desvencijadas
estructuras, con lo y los mismos dentro de ellas.
Y
estoy hablando, porque simple y sencillamente todavía quiero beneficiarme de la
duda, esa duda que emerge de la inseguridad (comprobada) de saber que personas –no
gratas- se instalaron en una comuna que ha quedado a merced de muchos de ellos,
que bien conocen el “tejemaneje” de todos los asuntos, que ya en otra (o en
otras) ocasiones han pasado por sus manos. Por ejemplo ¿qué hace Enrique Pasta
presidiendo un evento con Walton, cuando sabemos cómo quedaron las finanzas de
la SEG, cuando él fue sub secretario con Zeferino? No, no y no puede ser.
¿Y después de todo, qué pacto
o conjuro hizo Zeferino y Cía, con el gobernador y con Walton, que incluso introdujo
a Fernando Donoso en la Secretaría de Seguridad Pública del DF, con Mondragón y
Kalb, para que lo cuide con nuestros impuestos, y para que hoy carguemos
nuevamente a sus ilustres acompañantes, como la lápida del Pípila? ¿Será una
pesadilla de la cual quiero despertar?
Con mucha sinceridad,
manifiesto que en algún momento de mi vida, le tuve mucha fe a Zeferino como
gobernante. Pensé que el estado de Guerrero y Acapulco (del que ya había sido
alcalde), se iban a convertir en un prodigio de belleza, de igualdad, de
justicia y por ende honestidad.
Fe ciega a un querido amigo
de muchos años, que tristemente olvidó -rostros no viables-, que olvidó la fidelidad,
que olvidó los apoyos recibidos, que olvidó a tantos que le servimos de escaño
para salir del desprecio y el ahogo como -incipiente político-, de parte de los
otros “políticos”, a los cuales triste y finalmente emuló.
La
herencia que Zeferino legó al actual gobernador Ángel Aguirre, fue una
aberración, que en un principio era rescatable. Pero cuando las cosas en el
estado están tan complicadas y fuera de control, la visión a corto, mediano y
largo plazo para este gobierno también complicado (política, financiera y
socialmente), tenía que haber sido puesta en otro horizonte, en el cual la
corrupción, la impunidad, la inseguridad, la conveniencia, el egoísmo,
nepotismo y la insensibilidad de una administración que no debería haber permitido
la oportunidad a toda la gente, de brincarse la línea que separa lo humano de
lo inhumano. ¡Vale la pena reflexionarlo!
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