LA SEGURIDAD PÚBLICA NACIONAL
Luz
María Sánchez Rovirosa
“Tenemos justicia, cuando damos justicia a los
demás” Gandhi
Cuando
se pregunta a los ciudadanos qué es lo que le pedirían a los gobernantes que
atendieran como prioridad para el país, la mayoría respondería: La seguridad
pública. Sabemos muy bien, que aunque la delincuencia organizada no forzosamente
es un fenómeno asociado a la pobreza, a los bajos salarios y al desempleo
(prueba de ello es que también está enraizada en países del primer mundo), a
partir de la crisis financiera y de valores, se han vuelto más frecuentes y más
graves (por la forma en que se dan), los hechos de violencia al grado que la
desconfianza y el temor, es el tema que más preocupa entre la población.
Sin embargo, reflexionando los hechos tan graves
que últimamente han sucedido, el problema real de la criminalidad y la
inseguridad, no es la delincuencia misma, sino la impunidad tan flagrante que
existe alrededor de ella. Las cifras de la delincuencia organizada, del tráfico
de armas, las extorciones, el cobro por derecho de piso, los secuestros, la
trata de personas y la explotación sexual comercial infantil en todas sus
modalidades, son aterradoras; así que el gobierno sí debería poner toda su atención
a la procuración de la justicia, con el primordial fin de eliminar la impunidad,
porque acabándose ésta, se terminarían o disminuirían considerablemente estos
terribles desórdenes.
Se conoce que la delincuencia es un hecho que se da
por naturaleza en todas las sociedades (sobre todo si son permisibles); pero en
las sociedades decentes, pensantes y con valores, en las cuales se establecen
sanciones para los delitos y para los hechos criminales, y de verdad se castiga
a quienes los cometen (y no se dan tantas excusas), y si lo entiendo bien, de
ahí parte la importante razón, para que las leyes existan y se cumplan.
Pero cuando éstas se quebrantan o el gobierno
permite las acciones que las violan, que van en contra de la seguridad y la
tranquilidad de un pueblo, es cuando se pone en entredicho tanto a las autoridades
y gobernantes como a las personas que
tienen a su cargo toda la administración pública.
De esta manera es como empieza la desconfianza y
muchas veces el repudio que, frecuentemente hoy en día conduce a la
ingobernabilidad. Basta mirar lo que sucede a nuestro alrededor para creerlo y casi
sentirlo o desafortunadamente sentirlo. Por esta razón hoy todavía no se puede
despegar de las calles el Ejército y continúa “cerquitita” de nosotros los
civiles o ¿civilizados?
Porque democracia sin gobernabilidad es una
contradicción, pero sobre todo es un peligro ¿De qué nos sirven los procesos
electorales a cada rato supuestamente “eficientes” y “legales”, si después
cuando llegan no pueden garantizar la seguridad y una procuración de justicia
conforme al imperio de la ley?
Es importante que el pueblo razone, comprenda que no
es magia que las administraciones son mejores con el cambio de los políticos o
de los partidos. La reflexión es, que quien llegue al poder trabaje como se
debe, es decir con honestidad, con ética, en un Estado de derecho.
Aquí lo más importante y lo más difícil de todos
estos procesos electorales, es garantizar el pleno respeto de los Derechos Humanos.
Luego entonces la gobernabilidad implica eficacia para prevenir, disminuir y
tratar de erradicar la violencia, la criminalidad y la delincuencia organizada,
pero sobre todo la impunidad, para dar seguridad.
¿Qué nos pasa, que se nota por todos lados la
inestabilidad en el sistema político? Pero ante todo, este descontrol democrático
ante esta ingobernabilidad, ante esta impunidad, ¿Qué puede hacer una sociedad
que está sumida en un clima de violencia permitida: reclamos públicos, marchas
de protesta, manifestaciones, paros, secuestros de instituciones, plantones,
discursos, opiniones, oraciones?
Hay que tener dignidad y pensar muy profundamente
cuando de elegir se trate. Hay que escoger con razón, no por el más guapo, por
el que me regale más; porque la justicia reclama su lugar en cada uno de
nosotros, en nuestras existencias, de nuestras familias, de nuestro prójimo.
Nunca un ser humano, que sea humano, puede llegar a
acostumbrarse a la injusticia, porque incluso el más cruel criminal que con sus
malas acciones riega la injusticia y el dolor por todos lados, sufre cuando es
objeto de la violencia y la injusticia. “Lo que es injusto para unos, nunca
puede ser justo para los otros”. ¡Vale la pena reflexionarlo!
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