La Pluma de Juan López
Cabildo de Walton
Juan
López
La historia se remonta varios lustros. Desde
que gobernaba el municipio Israel Soberánis y los ediles eran tres, aún con
recato pedían, que les abonaran unos pesos extras a su dieta para tener con qué
solventar, las peticiones de los pedigüeños que asediaban las regidurías.
Resistían los alcaldes las presiones del
cabildo, de los partidos, de los líderes. No doblaron a Zarur ni a Rogelio ni a
Manuel. Fue el endeble Zeferino quien inclinó la cerviz, atosigado por el
gruñir de los exigentes concejales y, les embarró de corrupción su paga, al
conceder 25 mil pesos per cápita mensual, para que engordaran en la jornada
edilicia, a sabiendas que el cabildo se convertiría un día, en una impenetrable
cueva de Alí Baba:
¡Ábrete Solorio!
Desde entonces, la voracidad de los
regidores -todos-, se ha incrementado
igual que la pudrición en las llagas del leproso.
La gestoría, en cuyo nombre se roban treinta
ediles, anualmente, casi sesenta millones de pesos, no es otra cosa sino la más
brutal y descarada estafa al pueblo de Acapulco.
Esta complicidad con dinero ajeno, la
instauró Zeferino.
Walton
en campaña ofreció retirar la “mochada” que se asigna a los ediles para que se
hagan indiferentes ante los desfalcos. Habrá resistencias, alegatos, polémica.
La pústula es brava, se defiende.
Ponle veneno al caballo en su pata podrida y
los gusanos se alebrestarán. Quita el botín al pirata y habrá sangre en la
cubierta.
No olvidemos que el selecto grupo de veinte
concejales, que se apresta al abordaje, luchó por llegar al cabildo
precisamente para enriquecerse, viendo pasar saqueos, desmanes y pillerías.
Cuando el vicio enraizó y la adicción ya es
rutina, el Presidente Municipal si realmente quiere limpiar el Ayuntamiento,
necesita del respaldo de la sociedad, de la vigilancia del pueblo, para poder aplicar nuevas políticas económicas en el
gobierno, empezando por asear los establos edilicios de tanto estiércol
político.
De algo debe estar seguro Luis Walton para
no dar marcha atrás en su idea de solventar moralmente el Ayuntamiento. Todo
Acapulco va a apoyarlo si instaura un régimen pulcro, suprime gastos lacerantes
y difunde con pasión y celo que, esos dineros que se les obsequiaban a los
ediles, son impuestos pagados por nosotros los ciudadanos, quienes no merecemos
que nuestras contribuciones terminen en los bolsillos de tales sinvergüenzas.
La lluvia es una metáfora que sirve de
ejemplo para el gobierno.
De
los campos y ríos, esteros, lagos, mares y bosques, el vapor se levanta en las
mañanas. Asciende a lo alto, hasta convertirse en cirros, bruma, nubes. Con el
enfriamiento y la temporada de verano aparecen los nubarrones. Madura la
atmósfera y caen para todos -la naturaleza es democrática a nadie excluye-,
aguaceros que reciclan la vida. El agua cumple su período: sube y baja, y
después de su periplo, regresa a los mantos que la originaron.
De igual forma imaginemos nuestros
impuestos. Los recoge la autoridad, de la sociedad civil. Los eleva a sus
procedimientos fiscales. Determina la ruta de sus servicios. Programa su uso en
las obras públicas. El gasto operativo: seguridad, limpia, playas, alumbrado,
etcétera. Y después de una evolución administrativa, los dineros del pueblo
regresan a la comunidad, -como la lluvia-, convertidos en nueva y purificante
vida para la ciudad.
Lo prioritario es que así lo entienda el
presidente municipal que con una votación comprometida, próximamente llegará a
la silla del Parque Papagayo el primero de octubre.
No hay historia en Acapulco que documente un
caso absoluto de coherencia administrativa. Algunos alcaldes empezaron con
ahínco y se cansaron a los tres meses. Otros llegaron a profanar el erario
desde el primer día.
Los que votaron por Luis Walton -una
considerable mayoría electoral-, están ansiosos de respaldarlo si cumple su
programa antiséptico y como la parábola de la lluvia devuelve a Acapulco lo que
se paga para tener buenas obras y mejores servicios.
Deseamos que nos garantice que con él saldrá
sobrando la triste vacilada de que: “Si no cumplo, que el pueblo me lo
demande”.
Debe don Luis saber: también de esa
estocada, estamos hartos.
PD: “Hay veces que para el gobernante, ser
duro es un deber”:
Simón Bolívar.
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